El domingo estaba siendo un día bastante malo para Alejandra y sabía, de sobra, cuál era el motivo. Pero en su mente no había lugar para admitir ante su familia el sobreesfuerzo y desgaste que le supuso la salida del día anterior; para ella decirlo no era una opción. Hablarlo abiertamente con sus padres supondría renunciar a otra cosa, a esa mínima oportunidad que tenía de poder salir, muy de vez en cuando, de entre esas paredes que la tenían presa.
Por ello callaría; hacerlo no iba a suponer ningún cambio en su estado ni su salud puesto que, además, pasaría un tiempo hasta que pudiera repetirse un día como aquel. Recordó entonces lo que dijo Eva el día anterior sobre el vestido que había comprado, eso de que ponérselo en malos momentos podía hacerle sentirse un poco mejor; así que lo probaría. Sacó de la bolsa la prenda en cuestión y se la puso sin más demora. Se miró al espejo y, por una vez en tanto tiempo, se vio guapa. Era cierto que estaba un poco más delgada otra vez, pero nada alarmante en comparación a cómo lo estuvo en julio. El vestido tenía un tono rojizo que le hacía verse con mejor color en las mejillas. Definitivamente su hermana tenía razón: aquella imagen que reflejaba el espejo le hacía sentirse algo más animada. Podía ser una completa tontería, pero sentía que le había servido. Para acompañar la ropa nueva que vestía se puso una cinta en el pelo, que ya comenzaba a crecerle, y la anudó casi a la altura de la nuca. Aún tenía el cabello muy corto, pero no le importó, esta vez no iba a taparlo con un pañuelo.
Al mirarse de nuevo en el cristal y verse arreglada bastante más de lo que era costumbre, sonrió. Sí, realmente se sentía mejor.
No iba a ir a ninguna parte —eso lo tenía más que claro— y aún menos anocheciendo, pero se quedaría un rato más así vestida y, quizá, mañana se encontraría mejor y podría desfrutar de aquel conjunto.
Dio una vuelta sobre sí misma y un pequeño paseo por la habitación, hasta que se tumbó sobre la cama y le dio al play para seguir con la saga de Star wars que había dejado a medias; a ver si le daba tiempo de llegar al célebre <<Yo soy tu padre>> antes de irse a dormir.
Cuando abrió los ojos miró el reloj y, sin ser consciente de ello, vio que eran más de las siete de la mañana.
—¿Cuándo me he quedado dormida? —dijo, sorprendida, a nada en particular— No puede ser esa hora…
Se giró hacia el otro lado y comprobó que se equivocaba, que el reloj decía la verdad. La mañana, más clara que en los últimos días, asomaba por entre las lamas de la persiana dando a entender que el sol estaría presente durante las próximas horas.
Cuando se levantó y entró en el baño para lavarse la cara se dio cuenta de que aún llevaba puesto el vestido nuevo. Se lo acomodó y sacudió un poco para quitarle las arrugas que se le habían formado durante la noche y, entonces, vio una mancha en la parte trasera.
Trató de limpiarla, pero parecía estar seca y muy incrustada. Así que nada, a la lavadora y a ponerse otra cosa. Le diría a su madre que por favor estuviera perfecto para ponérselo en su cumpleaños.
Entonces se emocionó, siempre lo hacía cuando se trataba de un cumpleaños. Le encantaba saber que mucha gente iría aquel día para celebrarlo con ella y con Eva, que habría una tarta de queso y otra de chocolate y galletas, que soplaría las velas otro año y se ilusionaría con los regalos. Sería genial, estaba segura.
Con ese bonito pensamiento se dispuso a quitarse el vestido para sustituirlo por su típica ropa de andar por casa, aunque en esta ocasión se preocupó por estar algo más favorecida. Entonces volvió a mirar el despertador que descansaba en su mesita de noche.
—¡No! —exclamó de repente— Lo olvidaba…
Se dirigió sin perder tiempo a la ventana, subió la persiana y se sentó sobre el armarito. Observó a un lado y otro de la calle con gran concentración y, en cuestión de segundos, le vio aparecer por la esquina.
Sin pretenderlo una enorme sonrisa se dibujó en los labios. Al verle pasar frente a ella, aun sabiendo que sería muy difícil que la viera, se agachó casi por acto reflejo. Asomó los ojos un segundo después y, al volver a centrar su mirada en él, sintió que se ruborizaba.
—Qué tonta eres, Alex —dijo para sí con una graciosa risita.
Como hacía sol y el tiempo parecía ser aquella mañana algo más cálido, deslizó una de las partes de la ventana para que entrara un poco de aire. Aspiró con fuerza para recoger ese frescor y renovar sus pulmones. Era una delicia hacer algo así después de tantos días con la ventana cerrada.
Cuando su desconocido paró, teléfono móvil en mano y a la espera de que el semáforo se pusiera verde, volvió la mirada en su dirección. Aquello cogió a la joven de improviso y se sintió desarmada, quedándose estática. ¿Le había descubierto? ¿Cómo era posible? Entonces, aunque estaban a cierta distancia, le vio sonreír y, aún mirando en su dirección, levantó la mano y comenzó a saludar. Alejandra no sabía dónde meterse, se puso nerviosa y empezó a sentir arder sus mejillas. Pensó en responder al saludo de la misma forma y, justo cuando asomaba la mano para hacerlo, vio pasar corriendo a alguien muy cerca de su ventana y gritando.
—¡Felicidades, tío! —le dijo un chico de su misma edad dándole un abrazo algo brusco y una colleja.
Ahí entendió Alejandra que, efectivamente, el saludo no había sido para ella. <<Y tampoco esa bonita sonrisa>>, pensó y se dejó caer sobre el alféizar. Suspiró, sintiéndose algo decepcionada.