Donde habla el silencio

10

Cuando abrió de nuevo los ojos pudo ver en la oscuridad cómo su hermana, sentada en la cama, sollozaba y respiraba con dificultad. La vio levantarse de un salto y encender la luz de la habitación: de nuevo estaban en el hospital, comprobó Alejandra. Volvió entonces la vista hacia Eva, que aún estaba junto al interruptor y miraba sus antebrazos con exagerada atención. Pero Alejandra lo entendió; supo qué significaba. Eva se frotó los brazos y tembló como por acto reflejo mientras regresaba junto al cuerpo de su hermana, que reposaba en completo silencio sobre la cama.

—¿De verdad estabas allí? —preguntó en suave susurro.

Volvió a tumbarse a su lado, cuidadosamente, y le abrazó.

—Me salvaste.

Alejandra seguía observándola, atenta.

—No sabes hasta qué punto me has salvado…

<< ¿De verdad piensas en eso? ¿En hacerte eso?>>, quiso preguntar Alejandra sin apartar la vista de ella, aunque sabía que no podría escucharle. Entonces, Eva volvió a hablar.

—Tengo mucho miedo, Ale.

Lo dijo intentando no ceder ante las lágrimas que se agolpaban en sus ojos.

—No…, no quiero que te vayas… —murmuraba con clara dificultad— No puedes irte… No es justo… No con quince años.

Alejandra sintió un nudo en el estómago que parecía crecer por momentos con intención de asfixiarla. Frente a ella tenía una imagen de Eva que jamás había contemplado hasta aquella noche. Su hermana era, en ese preciso instante, el máximo ejemplo del sufrimiento más arraigado, tan profundamente, que le hacía incluso plantearse lo que Alejandra nunca hubiera llegado a pensar, eso que le había mostrado en su espantosa pesadilla.

Siguió con la mirada fija en su hermana, que sollozaba y abrazaba su cuerpo con cariño, hasta el momento en que oyó abrirse la puerta. Su padre entraba en la habitación con paso desganado, cansado, y frotándose las sienes. Eva alzó la vista, aún empañada, en dirección al recién llegado.

—Papi —musitó.

Este palideció al ver su expresión y agilizó sus pasos para llegar junto a ella.

—Eva, cariño, no… —dijo con dulzura mientras la envolvía con fuerza entre sus brazos— No quiero verte así ¿Me oyes, cielo?

Alejandra sonrió con evidente pesar, sintiendo que algo le estrujaba el corazón. Saberse a su lado y, sin embargo, tan separada de ellos, le hizo sentir un escalofrío que le recorrió el espinazo. De repente fue más consciente de su situación actual, mucho más consciente de lo que pensaba ya era, y solo tenía ganas de llorar.

Los ojos se le empañaron en cuestión de segundos cuando vio también aparecer a su madre en la habitación, quien no perdió tiempo en acercarse y unirse al abrazo en que padre e hija se fundían. Verles a los tres, tan vulnerables y tan fuertes a la vez gracias al lazo que les unía, le hacía experimentar una serie de sentimientos encontrados: pesar y dolor por no poder formar ya parte de su mundo; tranquilidad y cierta felicidad por saber que esa unión era y siempre sería ella; y que jamás se rompería, de eso estaba completamente segura.

El tiempo pareció pararse por un instante, mientras Alejandra convertía la estampa ante sus ojos en la imagen más vívida y representativa del amor y unión más puros. Fuera donde fuese, guardaría aquel recuerdo en su memoria como el tesoro más preciado antes de marcharse completamente, pues sabía que, llegado el momento, tendría que irse. Ante esa última reflexión, toda la magia se desvaneció por completo. Fue fugaz y casi imperceptible, pero le sirvió para ver un poco de luz; un atisbo de esperanza para esa alma suya que poco a poco sentía más marchito y lejano.

Se perdió por un rato, no supo cuánto, en sus pensamientos. Fue el sonido de la puerta, de nuevo, el que le trajo de vuelta. Echó un vistazo rápido y vio a Eva recostada sobre su madre, que le acariciaba el pelo con suavidad.

<<Papá no está>>, se dijo al comprobar que quien había salido era él. Escuchó entonces la voz de su hermana.

—La he sentido, mamá —dijo con emoción, convencida, y alzando los ojos para encontrarse con los de su madre—. Conmigo. Me ha hablado, me ha abrazado y… —calló, dudando si continuar.

Elena la miró con una mezcla de tristeza y dulzura y le sonrió de la misma manera.

—¿Y?

—… y…, me salvó. Estaba en peligro y me salvó —dijo.

—¿Has soñado con tu hermana?

—Sí… —hesitó— Y no.

Elena inclinó un poco la cabeza, acentuando el interrogante de su expresión.

—No lo sé, mamá —dijo tras unos segundos en silencio—. Era un sueño, una pesadilla. Pero no lo era del todo. Había una parte real y Alejandra estaba conmigo, vino a buscarme y me rescató.

—¿De qué te rescató? —preguntó a su hija siguiendo el hilo de la conversación.

—Del fuego y de… —se miró las muñecas, elevándolas un poco para que su madre las viera también—. Y de la sangre. Sangraba mucho, mamá —lo dijo como quien confiesa el peor pecado a un sacerdote—. Y era lo que yo quería porque ella se había ido.

Ante esa última frase la mujer abrió los ojos de forma exagerada y mostró una mueca de espanto.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.