Donde habla el silencio

21

Sobre un cielo nocturno tan apagado como aquel resultaba increíblemente fácil distinguir cada estrella, cada constelación y cada luz que atravesaba el firmamento con vertiginosa rapidez. Observaba, embelesada, aquel caos galáctico que se daba ante sus ojos, siendo todo ello una muestra evidente de que aquel manto oscuro que lo envolvía todo no era el mismo cielo que acostumbraba a ver cada noche. Un sinfín de elementos cruzaban ese cosmos de un lado otro. Muchos de ellos colisionaban a muchísimos kilómetros de distancia de ella y, sin embargo, alcanzaba a vislumbrar ese resplandor ardiente tras el violentísimo impacto. Pero había otros objetos, unos muy diferentes a esas imponentes rocas que arrastraban una calima incandescente y espesa; unos objetos extraños y de aspecto indefinido, plagados de luces y ventanas sobre sus corazas de hierro frío y plateado.

Contemplar con plena consciencia y en primera persona eso que en su mundo llamaban O.V.N.I. le puso la piel de gallina. Se sintió de pronto como un personaje de una historia de ciencia ficción y aquello la emocionó sobremanera. Miró a su alrededor y comprobó que se encontraba en medio de lo que sería algún tipo de mercadillo a las afueras de una ciudad. Había mucho movimiento en los pequeños y numerosos puestos dispuestos en completo desorden y sin seguir organización alguna. La gente, como acostumbrados a ello, iban y venían sin prestar la más mínima atención a la vorágine de luces y ruido que se cernía sobre sus cabezas. Esas personas —por llamarlas de algún modo pues muchos de ellos guardaban pocas similitudes con lo que ella definiría como “persona”— compraban, vendían; paseaban, charlaban, discutían o reían con total naturalidad.

Alejandra observó su reflejo en un espejo sucio y rajado que tenía a la derecha y se sorprendió al ver que su aspecto era algo distinto al que recordaba. No tenía esa apariencia delgaducha y pálida que recordaba, sino una mucho más saludable: con mejillas sonrosadas, ojos brillantes y facciones algo más redondeadas; y con unos espesos rizos negros que asomaban ya libres por su cabellera. En cuanto a su atuendo, este ya no se basaba en el jersey de algodón y los leggings de la noche de su cumpleaños, ahora se asemejaba mucho a la de los habitantes de aquel extraño planeta en que se encontraba.

Le sobresaltó de repente un sonido muy cercano a ella, excesivamente cercano. Observó la chaqueta larga que la cubría y, al abrirla un poco, comprobó que provenía del cinturón de cuero alrededor de su cadera. Lo miró con atención y vio un par de luces pequeñas que tintineaban al son del sutil ruidito que emitía.

—¿Pero, ¿qué…?

Las rozó con la yema de los dedos y se silenciaron, aunque el parpadeo continuó por unos segundos más hasta que, al fin, cesó.

—Necesito esa batería —oyó decir muy cerca de ella; le resultó una voz muy familiar—. Te la cambio por esto.

Alejandra se acercó a la tienda donde un muchacho con una capa y una cinta en la cabeza a modo de diadema procuraba un trueque con el dueño bigotudo y rechoncho.

Tenía cuatro brazos y, con dos de ellos, sujetaba una caja romboidal de color esmeralda, analizándola.

—Diría que esto vale más que una simple batería… —dijo el susodicho. Sus ojos se mostraban desconfiados tras las gruesas gafas.

—Seguramente, pero no lo necesito y la batería sí.

La chica observaba con atención y en completo silencio mientras hacía como que ojeaba los curiosos artilugios que se exponían sobre el mostrador. Se acercó algo más, hasta estar a la misma altura que el muchacho y, entonces, le reconoció: era Adrián. El corazón le dio un vuelco con solo verle y le invadió una gran alegría. Pensó en qué hacer, pues si estaba en su sueño era para poder interactuar con él.

—Piensa, Ale —dijo en voz alta, olvidando que allí no era invisible ante nadie.

Tanto él como el tendero la miraron.

—¿Desea algo? —le preguntó el hombre de cuatro brazos.

—Eh… No…O sea… —tartamudeó—. Quiero decir: solo estoy mirando, pero no he podido evitar oírles y creo… Bueno… Que es un trato justo.

Adrián sonrió, satisfecho al escucharle decir aquello.

—¿Ve? —dijo, devolviendo la mirada hacia el vendedor— Ella también lo piensa.

El hombre hesitó de forma evidente, no demasiado convencido. Miró a uno y otro con una ceja levantada, dudando si aquellos dos se conocerían de algo y, finalmente, asintió.

—Está bien —se aclaró la garganta—. A ver si es verdad que puedo sacar algo con esto.

No se arrepentirá.

Adrián cerró el puño y lo alzó, como clamando la victoria. Entonces hicieron el intercambio. Entregó su pieza al vendedor y cogió con cuidado la caja que —según supuso Alejandra— debía de contener aquella batería.

—Un placer hacer negocios con usted.

Adrián se alejó de allí y ella no perdió la oportunidad de seguir sus pasos.

—Disculpa —él se giró.

—Ah, eres tú. Gracias por lo de antes.

—No tienes que darlas, no hice nada.

—Bueno, creo que le diste el empujoncito que le faltaba.

Su expresión sincera y cálida hicieron que Alejandra se sonrojara, obligándola a apartar la mirada.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.