Donde habla el silencio

22

El despertador sonó y Adrián se levantó de la cama de un salto. Encendió la lucecita del escritorio y a toda prisa se sentó en la butaca y sacó una libreta de la cajonera que estaba llena de apuntes y papeles sujetos con grapas.

—Tengo que escribirlo —le escuchó decir, emocionado, con esa voz ronca de quien acaba de despertar—. Puede ser un buen personaje.

Murmuraba muchas cosas —de la cuales la mayoría resultaban ininteligibles para Alejandra—, completamente entregado a los folios que tenía frente a él. La chica se acercó y, colocada tras su asiento, vio que la libreta estaba repleta de escritos y apuntes; pero también había fotografías y bocetos de algo muy similar a lo que acababa de vivir en su sueño: diseños de naves espaciales, seres extraterrestres de toda clase y condición… Pero lo que más le llamó la atención fue un personaje femenino, muy parecido al que ella había interpretado esa noche, y que Adrián estaba terminando de dibujar.

Los dibujos del muchacho no eran tan buenos como los de su hermana, pero lo cierto era que tampoco lo hacía nada mal. Sonrió al acordarse de Eva y pensó que tenía ganas de ir a verla; a ella y a sus padres. Había sido la primera noche que no pasaba junto a ellos, la primera vez en su vida que <<dormía>> fuera. Aunque lo cierto era que le resultó reconfortante; lo había pasado muy bien.

Ahora tenía que marcharse para ir a su casa y comprobar que todo andaba bien por allí. Estar con sus padres y su hermana y, si esa noche era posible —cosa que espera pudiera ser—, volvería para hacer una nueva visita a Adrián. Se había quedado con ganas de saber más sobre él, y los sueños eran una oportunidad de oro para hacerlo. Para dejar de ser invisible y existir al fin ante sus ojos; y quién sabía, quizá también para hacerle un hueco en su mente y en su mundo, aunque este no fuera más que una ensoñación.

Le dejó allí, sentado en el escritorio y absorto entre todos esos apuntes y bocetos. Salió al pasillo de la casa, aún a oscuras, y cerró los ojos. Respiró hondo y trató de centrar toda su concentración en un único pensamiento: su habitación. Empezaba a resultarle cada vez más sencillo hacer eso y, tal y como esperaba, cuando abrió los ojos ya no estaba en la casa de Adrián y Maricarmen, sino en la suya propia; en pie y junto a la ventana en la que había pasado tantísimo tiempo en los últimos meses de su vida.

El sol comenzaba a asomar por entre las lamas de la persiana, que estaba bajada. Miró el reloj sobre la mesita de noche.

—Ya son las nueve —dijo únicamente para sí misma—, y es sábado. Mamá estará a punto de aparecer.

Y no se equivocaba, alguien llegó, aunque en esta ocasión fueron su padre y Eva. Abrieron la puerta con cuidado y, mientras su hermana dejaba un barreño con agua templada junto a su cama, Álvaro se aproximaba a abrir las corinas y subir la persiana.

—Hola, hermanita —le dijo la muchacha a su cuerpo inerme mientras se acercaba a darle un beso en la mejilla—. Hoy toca lavarte, ¿sabes?

Alejandra sonrió desde la ventana.

—No empieces hasta que venga mamá, ¿vale, cielo?

Esta asintió.

Su padre, antes de salir de la habitación y cerrar la puerta, también se acercó a darle los buenos días con otro beso y una suave caricia.

—Luego vengo un rato —le dijo casi en un susurro. Alejandra apreció que su mirada distaba mucho de mostrarse alegre y eso le creó un nudo en la garganta.

Su hermana, sin embargo, parecía extrañamente feliz en contraste a cómo había estado días atrás. Tarareaba sin cesar una canción que ambas conocían muy bien y que cantaban juntas desde que eran pequeñas. A Alejandra le encantaba verla así, pero lo cierto era que sentía una curiosidad enorme del porqué. Por suerte, su hermana no era muy buena callándose las cosas, así que no tuvo que esperar más que unos minutos para saber la razón.

—Tengo que contarte una cosa antes de que llegue mamá, Alex —le dijo en voz baja y con enorme secretismo y confidencia—. Pero, no puede salir de aquí, ¿eh? ¿Me lo prometes? —la miró e hizo como si le hubiera respondido un <<sí, por supuesto>>. Entones sonrió y exclamó: —¡Genial, gracias!

Antes de seguir hablando le acomodó los rizos con una diadema ancha para apartar los que pudieran caer sobre la frente.

—Bueno —retomó sin alzar mínimamente la voz—, lo que tengo que contarte es que hay un chico que me gusta desde hace un tiempo. Lo cierto es que no le conozco, no es del colegio ni nada, pero… —Alejandra notó cómo se sonrojaba—. Pero, nos hemos encontrado algunas veces y nos sonreímos, incluso últimamente nos saludamos.

Hablaba con cierta timidez y aquello hizo gracia a la muchacha, que escuchaba con atención. Gracia porque Eva solía ser bastante enamoradiza y, de entrada, pensó que este no sería más que un nuevo amor platónico que añadir a su larga lista.

—Ya sé lo que estarás pensando: —dijo la chica mientras con mucho cuidado lavaba la cara de su hermana— Que no es serio porque no sé quién es, que cómo me va a gustar alguien del que no sé nada; que hace unos meses me gustaba Carlos… —hizo una pausa y suspiró— Ay, Ale, es que este es diferente a todos, siento algo muy raro. Es verdad que me gustan muchos chicos —prosiguió con su monólogo—, pero a todos ellos les conozco…

Volvió a suspirar.

—Ojalá pudiera enseñártelo —entonces su mirada entristeció, Alejandra lo notó al instante—. Ojalá pudiera decirte quién es y que me aconsejaras. Me siento un poco tonta, ¿sabes?




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