Donde habla el silencio

25

Enterarse de que el chico del que se estaba enamorando Eva no era otro que su querido Adrián le había sentado como si le hubieran echado encima un cubo de agua — no fría— helada; ya no por lo mal que le había sentado, sino porque después de reflexionar las cosas más fríamente, pensar en ello le obligó a tener una visión de la realidad clara y certera en que se hallaba; esa realidad que por mucho que quisiera evadir era algo ineludible: no formaba parte de su mundo, ya no; y no volvería a hacerlo jamás. Aquello era algo que tenía más que asumido.

Se había marchado a su habitación y no había acompañado a su familia durante el desayuno, sino que se quedó sentada mirando por la ventana, aunque sin ver, solo dándole vueltas a la cabeza. Entonces escucho pasos en carrera en el pasillo y vio entrar a su hermana en el cuarto.

—Buenos días, hermanita —le dijo con alegría mientras le daba un beso en la frente—¡Me voy pitando!

Alejandra miró el reloj de la mesita de noche.

—Claro, es la hora…

Escuchó cerrarse la puerta de la calle de un portazo y viró de nuevo la mirada hacia la ventana. En cuestión de segundos Eva pasaba por allí y se aproximaba al paso de peatones, aunque fue a ocultarse tras un árbol que se hallaba al lado, junto a la esquina de la calle. Solo un par de minutos después veía aparecer a Adrián por debajo de su ventana, completamente ajeno a su existencia. Se aproximaba al cruce para peatones a paso ligero, con su mochila de Star wars al hombro y los auriculares que le caían alrededor del cuello. Asomó la cabeza por la ventana para comprobar que su hermana seguía oculta tras el árbol de la esquina. Así era, aunque se separó un poco para dirigirse, muy lentamente, hacia el mismo lugar por el que él cruzaría. Alejandra, a pesar de sentir el corazón latiéndole a mil por hora, no pudo evitar sonreír cuando vio que Eva tomaba una actitud desinteresada a medida que él se le acercaba, como si no le hubiera visto.

—A saber cuántas veces lo has ensayado —dijo, sabiendo que no hablaba para nadie.

La chica se paró junto al semáforo y muy poco tiempo después él lo hizo a su lado. Ambos se miraron, aparentemente de reojo, pero Alejandra pudo ver cómo él giraba la cabeza en dirección a su hermana. Eva debió también percibir aquel movimiento, pues miró directamente hacia él y le sonrió. Adrián le daba la espalda, pero Alejandra intuyó que debió decirle algo como <<hola>> o <<buenos días>>, ya que vio cómo la otra ensanchaba la sonrisa y movía los labios en respuesta a su saludo. Fue corto, un instante que a ojos de cualquiera podría resultar insignificante; pero para ella, sin embargo, fue un lapso de tiempo más que suficiente como para comprender que el interés era mutuo, no solo de Eva.

La luz del semáforo indicó que ya podían cruzar y ambos avanzaron, manteniendo el mismo ritmo. No hablaron más, pero al llegar a la acera de enfrente se dedicaron una tímida despedida. Adrián se dirigió al lado izquierdo, hacia la parada de autobús, y su hermana en dirección contraria. Ella no tenía que coger medio de transporte alguno, ni siquiera tenía necesidad de cruzar la calle, pero se había esforzado por buscar a forma de coincidir con él.

—Bravo, hermanita —susurró Alejandra sin ser siquiera consciente.

Fue curioso ver cómo Eva paraba en seco y miraba hacia atrás, no en dirección a Adrián, sino hacia ella, hacia su ventana. Estaba un poco lejos, pero Alejandra vio claramente cómo sonreía. Entonces reencaminó sus pasos y se perdió en la lejanía. Y no solo ella la miraba, sino que observó cómo el chico también lo hacía. Era evidente porque el autobús que esperaba aparecería en la dirección contraria a la que tenía los ojos fijos.

Ese gesto hablaba por sí solo, y Alejandra lo entendió al fin.

Había visto la felicidad en el rostro de su hermana cuando le habló de él la mañana anterior. La vio también en ese sueño lleno de magia y belleza aquella misma noche. Hacía unos minutos, cuando salió corriendo de casa, sus ojos brillaban de alegría e ilusión y, por última vez, acababa de verlo en ese preciso momento. Y no solo eso, sino que ese mismo interés lo había observado en Adrián con aquellos detalles, nimios, aunque llenos de significado.

Aún se sentía dolida, pero comprendió que no era porque considerara aquello una traición, sino que era el dolor que se siente ante la impotencia de saber que algo no es para ti, que no existe oportunidad. No podía estar enfadada ni molesta con Eva, no era justo. Se sentó a los pies de la cama y observó ese cuerpo delgaducho y pálido que se mantenía impávido, completamente dormido, y que ya apenas reconocía como propio.

De los sueños, metas e ilusiones de esa chica que fue en el pasado ya solo quedaban cenizas. Eso era ella ahora: un cúmulo de sentimientos, recuerdos y deseos de lo que un día tuvo vida y que ahora la había perdido. Y que si estaba allí no era por nada que pudiera hacer por sí misma sino que, quizá, se encontraba en semejante estado incierto e inexplicable por su familia, por Eva especialmente. A lo mejor era ella así, como era ahora, la que tenía y podía mantener la fe e ilusión en su hermana. Y para ello tenía el arma más potente: su capacidad de entrar en los sueños y poder comunicarse con la gente.

Quería una meta, la llevaba buscando desde hacía ya mucho tiempo y se terminaba frustrándose, una y otra vez, tratando de comprender el porqué de su estado. Y ahora, al fin, la tenía; se la habían brindado esa misma mañana con aquella escena sutil entre Eva y Adrián.




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