Se encontraba en un barco, mirando hacia el horizonte. En un principio le pareció maravilloso, pero aquella sensación se tornó contraria en el mismo momento en que agudizó la vista y los oídos.
—¡Se acercan! —escuchó decir a alguien a pocos metros y viró hacia el lugar del que provenía aquella voz.
Vio a un grupo de siete u ocho personas apiñarse contra la barandilla del lado izquierdo.
—¿Qué podemos hacer? —preguntó otro de ellos con evidente nerviosismo— ¡No tenemos adónde ir!
Alejandra se acercó a ellos rápidamente.
—¿Qué ocurre? —preguntó.
Una de las mujeres que estaba allí fue la primera en mirarla.
—¡Los muertos!¡En el agua!
Le hizo un hueco para que se asomara y entonces los vio: un grupo enorme de seres que le recordaban a los zombies de las películas de terror nadaban en dirección al barco con increíble facilidad, acortando la distancia que les separaba en cuestión de segundos. —¡No podemos huir! —dijo la misma mujer— Estamos en medio de la nada y…
Entonces se oyó un estruendo. Fue un sonido sordo, muy similar al ruido de un disparo, y que fue a parar a unos de los muertos que encabezaba el grupo, haciéndole quedar inmóvil. La sangre de su cráneo saltó sobre el que le seguía, pero este ni siquiera se inmutó; siguió su nado incluso pasándole por encima. Y un nuevo disparo se escuchó, dejando tendido y flotando sobre el agua a otro de ellos. La gente aplaudía y Alejandra buscaba al causante de aquello. Intuyó movimiento sobre el mástil, pero no logró ver de quién se trataba.
Aquellos seres gruñían y aceleraban las brazadas, como si se hubieran enfurecido. Por mucha puntería que tuviera el sujeto del arma, nada podría hacer a todos aquellos zombies, de eso estaba segura.
—¿Quién sabe usar un arma? —dijo alguien. Entonces todos se dieron la vuelta.
Ahí estaba él: Adrián, con una escopeta en una mano y una bolsa en la otra. Su aspecto era rudo y parecía más corpulento de cómo acababa de verle esa noche antes de irse a dormir. También su voz parecía más áspera.
—¿Quién eres? —preguntó un chico con barba y aspecto de fan de Metallica.
—Soy vuestra única opción.
El tono chulesco y sobrado le resultó un poco ridículo a la chica que, a pesar del momento de tensión y peligro en que se encontraban, no pudo evitar reír por lo bajo.
<<No te pega nada>>, pensó.
—Así que —retomó Adrián la palabra—, ¿quién sabe disparar?
—Yo —respondió Alejandra con completa seguridad y adelantándose a todos los que estaban allí.
Todos la miraron, incrédulos, como si no fuera posible que precisamente ella supiera utilizar un arma de fuego. Y lo cierto era que poca idea tenía. Lo más parecido que había usado era el tirachinas o jugado a los dardos, y no se le daba mal, solía tener puntería; aunque dudaba que fuera lo mismo que usar una pistola o una escopeta. Pero no le importaba, al fin y al cabo, se encontraba en un sueño; y era la única de todos ellos consciente de aquello. Quién sabe si podría lucirse y convertirse en una matazombies profesional en esa historia.
La sola idea le resultaba curiosa y, por qué no, también interesante.
Adrián la miró con la misma expresión que el resto, aunque rápidamente la cambió a una que la chica no supo bien cómo interpretar.
—Bien —dijo. Sacó una imponente metralleta de la bolsa que cargaba y le entregó la escopeta con la que había disparado a la chica—. Tenemos trabajo que hacer.
Ella la cogió con algo de reparo y asintió.
—Tú dirás…
Y de nuevo esa mirada con la que parecía escrutarla. En cierto sentido Alejandra diría que en ella había más de curiosidad que de cualquier otra cosa, y eso le agradó. Quizá estaba cera de reconocerla, pensó.
—¡Van a subir! —exclamó uno del grupo claramente asustado. Entonces se dirigió a Adrián— ¿Qué hacemos?
Este apartó la mirada de ella y enseguida se asomó a la baranda de popa. Cogió la metralleta y se dispuso a disparar cuando un grito, al otro lado del barco, le alertó de que otro grupo de “no muertos” se aproximaba también por allí.
—Mierda —maldijo en voz baja, luego la alzó para dirigirse a los que estaban a bordo—. Hay que atrincherarse. Subiremos a la superestructura y bloquearemos la escalera para evitar que suban —apuntó—. Coged todo lo que pueda servir como contención: bidones, maderas, neumáticos…todo. Vosotros dos —señaló al hombre con barba y a la mujer que estaba a su lado—, abrid la escotilla. Con un poco de suerte alguno caerá allí dentro. ¡Daos prisa!
Ambos asintieron y, en cuestión de segundos, cada uno de ellos se dispuso a hacer su parte. Entonces Adrián se acercó a Alejandra.
—Apunta a su cráneo —le recomendó, haciendo el gesto—, es la única forma de…
—De que mueran, lo sé —interrumpió ella con gracia—. Conozco bastante sobre zombies.
Él se extrañó, aunque también sonrió levemente.
—Se te ve demasiado tranquila para estar en la situación en que nos encontramos.
Alejandra no se esperaba que le dijera eso. La verdad es que era cierto. Supuso que el saber que aquello no era más que un sueño le hacía sentirse segura. Además de que su prioridad no era matar zombies, sino “existir” para él y que la recordara.