Lo primero que hizo Álvaro a la mañana siguiente fue abrazar a su esposa. Apenas se había incorporado y él no tuvo espera para atraparla entre sus brazos y hundir la cabeza en su espalda.
—Lo que decías —murmuró—. Ahora lo creo.
—¿De qué hablas? —preguntó ella en un bostezo.
—Alejandra —contestó sin deshacer un ápice el abrazo—. Nuestra pequeña está aquí, con nosotros.
El cuerpo de Elena se puso rígido ante aquel comentario. Giró la cabeza un poco con intención de que le permitiera volverse para mirarle. Su expresión era difícil de describir, incrédula y seria, pero con un característico brillo en los ojos que contenía una emoción de la que era imposible no percatarse. Parecía esforzarse por aguantar las lágrimas al mismo tiempo que sus labios sonreían levemente como una clara muestra de alegría. Al mirarla, Álvaro comprendió la felicidad que le provocaban sus palabras, haciéndole sentirse más unidos y confidentes que nunca.
—¿Cómo…? ¿Por qué…?
—La he visto y me lo ha dicho.
—¿En tu sueño?
Él dudó.
—No estoy seguro. Era diferente —añadió—, no parecía un sueño —posó sus ambas manos sobre las de ella y las agarró con fuerza—. Y no recuerdo haber estado dormido, no del todo.
—¿Pero, entonces…?
Sobre las mejillas de Elena comenzaron a brotar esas lágrimas que intentaba contener, ahora sin éxito.
—No lo sé —respondió él, sintiendo la emoción de su esposa y compartiéndola—. Pero, sí sé que era ella.
La mujer le abrazó. Se lanzó a sus brazos llorando de felicidad.
—Lo sabía —reía y sollozaba al mismo tiempo—. Sabía que mi niña estaba aquí, que es cierto que intenta comunicarse con nosotros.
Notó cómo su marido, que tenía el rostro junto al suyo, asentía e intensificó el abrazo.
—Perdóname por lo que te dije —le pidió él—. Perdóname por no escucharte, por no intentar comprenderte.
Ella negó con la cabeza.
—Quizá yo debí tener más tacto…
—No. Se trataba de mí. No pude verlo —afirmó—. Aun sabiéndolo en mi interior, no quería verlo; no supe hacerlo.
El llanto de él, a pesar de pretender lo contrario, lo sentía incontrolable.
Elena era más que consciente del estado de nervios en que se encontraba su esposo desde la última conversación que mantuvieron con el médico. De nervios y de profunda tristeza; no verlo era imposible.
—Mi amor, no te tortures más —le dijo con enorme suavidad y cariño—. Lo importante es que lo has visto y lo has entendido —alzó su rostro para posar la mirada sobre la de él, sosteniendo su rostro con sendas manos—. Y ahora lo primordial es Alejandra; dejar que hable con nosotros y esforzarnos por escuchar lo que nos quiera decir.
Álvaro asintió y volvió a abrazarla. Pasaron varios segundos hasta que volvió a hablar.
—Que está bien —murmuró—. Creo que eso es lo que quiere que sepamos: que se encuentra bien.
Elena le miró.
—Eso creo. Recuerdo la última vez que la vi —evocó ese sueño en el que aparecía ella misma, de niña, y con dos muñecas gemelas: Eva y Alejandra—. Lo recuerdo como si estuviera ocurriendo ahora mismo. Yo lloraba y ella vino. Me ayudó y me hizo comprender quién era y me dijo que todo estaba bien — sonrió al recordar aquellos detalles—, Y me dijo algo que me hizo saber que no era un simple sueño.
Álvaro observaba a su esposa con atención, escuchando cada una de las palabras que pronunciaba. Cuando calló su mirada le apremiaba a que continuase.
—¿Qué fue?
—<<Yo puedo estar aquí, contigo, cada vez que te duermas y quieras venir>>, fue lo que me dijo. Y esa frase resuena en mi cabeza a diario, con su misma voz y tan nítida como si me la susurrara al oído.
—¿Y qué lugar es ese?
—El bosque que dibujamos con Eva hace unos años — Álvaro gesticuló de tal forma que daba a entender que sabía muy bien a qué se refería—. Sueño mucho con él. Últimamente es el principal escenario de todos mis sueños, bueno y malos. Y ella casi siempre viene a verme y me dice lo mismo. Me dice que la espere…
—Que la esperes en tus sueños —completó él. Los ojos le brillaban, pero esta vez en su mirada había alegría, no pesar—. <<Sí nos veremos papá>>, me dijo. <<Te lo prometo. Solo espérame en tus sueños>>.
De nuevo aparecieron las lágrimas, en ambos rostros, Y volvieron a abrazarse.