Donde habla el silencio

33

Eva estaba pasando una tarde de lo más distraída celebrando el cumpleaños de Lucía —compañera de su clase de arte y una buena amiga— en el centro comercial. Habían ido al cine para ver una película cómica italiana que tenía muy buenas críticas y, tras ello y habiéndose hartado de palomitas y una bolsa de chucherías, merendaban en una cafetería famosa por los suculentos dulces artesanales que ofertaba.

—Yo algún día tendré un novio tan guapo como el protagonista —aseguraba la cumpleañera con completa confianza—. Dentro de nada, lo sé.

Todas rieron.

Alejandra, que había acompañado a su hermana durante todo el día, disfrutaba tanto como Eva de la salida con todas aquellas chicas que, si las cosas hubieran sido diferentes para ella, probablemente también serían sus amigas.

—Por lo menos espera a la universidad —contestó una de ellas entre risas—, que el de la peli tendría veintitantos y tú acabas de cumplir dieciséis.

—Mejor, más maduro.

Lucía les guiñó un ojo.

—Pues Dani se va a poner muy triste —intervino Eva riendo—. Con lo enamorado que está…

Ante su comentario las risas aumentaron y la aludida rio más que ninguna de ellas.

—Ese ni aunque mañana cumpliera veinticinco.

—Qué cruel…

Alejandra reía con todas ellas, sintiéndose una más del grupo. Estaba junto a su hermana, sentada sobre el brazo de la silla que esta ocupaba, cuando Eva se levantó.

—Voy al baño, ahora vengo.

Atravesó la terraza y entró en la bonita cafetería seguida, como no, de su gemela. Tuvo que esperar una cola de casi diez minutos hasta que finalmente llegó su turno. Tiró de la cisterna y se tomó su tiempo para lavarse los dientes. Alejandra, que esperaba sentada sobre la tapa del váter, la observaba sin apartar la sonrisa de su rostro. Siempre le había hecho mucha gracia cómo su hermana era incapaz de tener la boca sucia después de comer algo. Había sido así de exagerada desde donde alcanzaba su memoria. De pequeñas, mientras que a ella tenían que obligarle sus padres para que se los lavara con alguna amenaza como podía ser el dejarla sin excursión o sin sesión de videojuegos, Eva iba muy diligentemente al baño tras cada comida y llenaba el cepillo de pasta dentífrica. Podía estarse cinco minutos fácilmente pasándolo una y otra vez por cada recoveco y no terminaba hasta que consideraba que estaban impecables. Alejandra siempre le decía, con la intención de burlarse de ella, que con tanta limpieza se le iban a gastar y se levantaría una mañana sin dientes. Eva siempre se enfadaba cuando se lo decía.

Ante aquel recuerdo no pudo sino ampliar su ya alegre sonrisa. Pues ahí estaba, una vez más como y si fuera una religión, haciendo exactamente lo mismo.

Cuando salieron del baño las chicas que estaban a la cola le pusieron mala cara, aunque no sin razón según el juicio de Alejandra. La cafetería se había llenado bastante y tuvieron que sortear un par de grupos hasta lograr llegar a la puerta. Entonces vieron a quien menos esperaban: Adrián.

Eva y él estuvieron a punto de chocar cuando ambos fueron conscientes de que se encontraban frente a frente. Alejandra notó cómo su hermana se sonrojaba y se ponía un poco nerviosa, al fin y al cabo, aquel encuentro no estaba calculado de la forma en que planeaba los encuentros casuales de las mañanas. Lo bueno era que él parecía estar en el mismo estado.

—Hola —se aventuró a susurrar ella.

Adrián, ante su saludo, no pudo sino sonreír con una dulzura que a Alejandra no le pasó desapercibida, y esperaba que a Eva tampoco.

—Hola —respondió él. Parecía que fuera a quedarse en un mero e insustancial saludo mutuo, pero entonces él se envalentonó—. ¿Cómo e…?

—¡Eva!

Fue la voz de Lucía la que interrumpió el intento de él por comenzar la conversación.

Los tres miraron en su dirección.

<<Qué oportuna>>, pensó Alejandra con clara molestia, la cual se acrecentaba en el mismo momento en que se acercó a ellos e, ignorando la presencia del chico, cogió de la mano a su amiga.

—¿Cómo tardas tanto? Mi padre ya está aquí para recogernos.

Tiró de ella antes de que esta pudiera reaccionar. Eva se giró en dirección a Adrián, que también la miraba, e hizo un gesto de despedida con la mano. Él le devolvió uno idéntico sin mutar su expresión, mezcla de cierta decepción y desconcierto que parecía haberle provocado aquella interrupción.

—Adrián —le llamó alguien.

Se giró y vio a su madre gesticulando con la mano, haciéndole entender que quería que se acercara. Así lo hizo.

—¿Quién era esa chica? —le preguntó cuando se sentó a la mesa— ¿Una compañera de clase?

—Eh… —caviló en su respuesta. Maricarmen notó como su hijo se sonrojaba un poco y apartaba la mirada—. Sí, de clase.

Su madre no pudo evitar que una sonrisa cruzara su rostro.

—¿Y solo de clase? —inquirió con retintín. Al ver que su hijo se ponía algo nervioso, añadió:— Tienes buen gusto, hijo.

Este la miró, aún más arrebolado que segundos atrás.

—¿Qué…? ¿Yo…? Eh, yo…—tartamudeó. De inmediato se levantó de la silla, apartando de nuevo la mirada—. Voy al baño.




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