Capitulo 1

Dicen que el tiempo lo cura todo.

Mentira. Lo que cura es llorar hasta quedarte sin lágrimas. Es preguntarte mil veces en silencio “¿por qué?” y no encontrar nunca una respuesta. Es gritar al techo. Es romperte frente al espejo. Es aceptar que quien te prometió estar contigo, fue el primero en soltarte. Después de ese mensaje, ya nada fue igual. Los días se sentían huecos. El café ya no sabía a nada. El mundo seguía… pero yo no. Me encerraba en mi cuarto y veía películas como si pudieran salvarme.

Hablaba con Sara, pero mis palabras eran solo cenizas de lo que sentía. Ella me abrazaba, me escuchaba, me repetía que valía más de lo que él supo ver. Pero eso no lo hacía menos cruel.

Yo estuve ahí para él. Cuando se sentía perdido, cuando nadie creía en él, cuando lloraba por cosas que ni sabía cómo explicar, yo estuve.

Y él… él me cambió.

Como si yo fuera una prenda vieja. Como si mis lágrimas fueran parte del trato.

A veces lo imaginaba sonriendo, feliz, como si nada.

Mientras yo me arrastraba entre recuerdos, él vivía.

Mientras yo no podía dormir sin pensar en sus mentiras, él seguramente dormía en otros brazos.

¿Cómo se sigue adelante cuando alguien te borra así de fácil?

¿Cómo se camina con un corazón hecho polvo?

Hubo noches en las que deseé no sentir. No amar. No recordar.

Pero también hubo días —poquitos, casi invisibles— donde respiré sin pensar en él.

Y fue ahí cuando entendí que no era culpa mía.

No merecía que me rompieran.

No merecía sus mentiras.

No merecía ser el campo de guerra donde él desahogó su egoísmo.

Y aunque dolía, aunque aún lo soñaba y lo recordaba en cada lugar al que iba, empecé a soltar. Un poco cada día. Un pensamiento a la vez. Una herida por turno.

Tardé dos años en volver a mirar a alguien con el corazón.

Dos años en confiar.

Dos años en no sentir que traicionaba mi propia historia cada vez que sonreía con otra persona. El amor no se olvida. Pero se transforma. Y en mi caso, se volvió un espejo. Uno que tuve que reconstruir con cada pedazo de mí. Ya no soy la misma que él dejó.

Soy la que se quedó… y, aun así, sobrevivió. Por eso elegí escribirte una carta y enviártela pues es la única manera en la que me sentiré libre…

“Nunca tuviste que leer esto.

Y aun así lo escribo, porque si no lo saco, me ahogo. Nunca entendí cómo pudiste seguir con tu vida tan fácil. Cómo me soltaste como si no hubiera significado nada. ¿Sabes lo que más me duele? Que yo estuve. Yo estuve cuando nadie más lo hacía. Cuando te sentías vacío, perdido, confundido. Yo te abrazaba incluso en tus silencios, te escuchaba incluso cuando no hablabas. Y aun así…

Fui reemplazada como si hubiera sido un error de tu historia.

Tú seguiste. Sin mirar atrás. Sin preguntarte cómo me quedé.

Yo me quedé con las preguntas.

Con el “¿por qué a mí?”

Con el “¿qué hice mal?”

Con el “¿no era suficiente para ti?”

La verdad es que yo no hice nada para merecer esto.

No merecía tus mentiras.

No merecía tus excusas.

Y mucho menos, tus capturas con otra persona mientras aún me decías “te amo”.

No sabes lo que es dormir con el pecho roto.

No sabes lo que es despertarte pensando en alguien que ya no piensa en ti. No sabes lo que es intentar odiarte… pero seguir amando el recuerdo de lo que fuiste. Y ¿sabes qué es lo más jodido de todo?

Que yo hubiera dado todo por ti.

Y tú no diste ni el respeto de terminar de frente. Tardé dos años en volver a confiar.

Dos años en perdonarme por quererte tanto.

Dos años en sanar lo que tú rompiste en minutos.

No sé si alguna vez pensaste en lo que me hiciste.

No sé si a veces te pesa.

No sé si alguna vez te arrepentiste.

Pero yo…

yo me liberé escribiéndote esto.

Porque ya no te odio.

Ya no te necesito.

Y aunque me doliste más de lo que admitiré en voz alta,

yo sobreviví.

Tú seguiste tu camino.

Y ahora, por fin, yo empiezo a seguir el mío.

Firmado,

—La persona que te quiso de verdad.”