Donde muere la lealtad

Capitulo 6

Los días siguientes no fueron del todo oscuros… pero tampoco había luz. Había una calma extraña, tibia, como la niebla que flota después de una tormenta. Ella dormía más. No porque estuviera en paz, sino porque cada noche le dejaba el cuerpo exhausto y la mente colapsada. Soñaba sin recordar los sueños. Se despertaba sintiendo que algo había desaparecido durante la noche, pero no sabía exactamente qué.

Y siempre, al despertar, Noah ya estaba allí.

Con su café justo como a ella le gustaba: caliente, un poco dulce, con espuma decorada a mano como si fuera un pequeño ritual de amor. A veces, junto a la taza, había un croissant de vainilla o un pequeño frasco de miel con una nota:

“Otro amanecer. Esta vez no estás sola.”

“Si todo duele, recuerda: estoy aquí para sostenerte.”

“El mundo allá fuera puede esperar. Aquí, estás a salvo.”

Y en esos gestos tan cuidados, tan perfectamente diseñados, ella encontraba consuelo. O al menos, una pausa al vacío.

Noah no le pedía nada. No exigía. Pero todo en él empujaba. Controlaba con la suavidad de alguien que conoce el poder del silencio. La miraba desde el otro lado de la habitación y era como si pudiera leer cada pensamiento que ella no decía en voz alta. Le acariciaba el cabello mientras veía una película en silencio, y cada caricia decía "no digas nada, yo ya sé".

Cuando hablaban, sus palabras se infiltraban como susurros en la conciencia:

—El mundo ya te rompió una vez. No lo dejes volver a hacerlo.

—Hay heridas que solo se curan lejos de quienes las abrieron.

—No necesitas a nadie más para sanar… solo a alguien que no huya al ver tus ruinas.

Y así, sin que ella lo notara, fue sembrando dudas. No directamente hacia las personas, sino hacia su propia percepción de la realidad. Especialmente cuando Sara empezó a mostrar señales de preocupación.

Una tarde, tras ignorar dos mensajes suyos, accedió a contestar el teléfono.

—Estás rara —le dijo Sara—. No te estoy juzgando, solo… no te reconozco.

—Estoy bien —respondió ella, pero no era su voz la que hablaba, sino una versión adormecida de sí misma.

—¿Es por él? —preguntó Sara.

Silencio. Largo. Incómodo.

Noah la observaba desde el sofá, con una copa de vino en la mano, sin decir nada, pero escuchando cada palabra. Como si supiera que tenía que estar presente, que bastaba su mera existencia para que ella dudara de todo lo demás.

Esa noche, mientras ella doblaba ropa, sin mencionarlo directamente, él soltó:

—A veces, quienes dicen amarnos terminan siendo las anclas que no nos dejan salir a flote. No todos quieren vernos libres.

Ella no respondió de inmediato, pero Sara le vino a la mente. Recordó cómo siempre trataba de aconsejarla, de advertirle… ¿pero desde dónde lo hacía? ¿Desde la comprensión o desde el juicio? ¿Desde el amor o desde la costumbre de cuidarla?

La grieta comenzó a abrirse. Pequeña. Invisible. Pero real.

Noah fue llenando su mundo de cosas que parecían detalles, pero eran estrategias: libros sobre cómo reconstruirse desde el trauma, perfumes que llevaban nombres como “Renacer” o “Luz Inquebrantable”, vestidos caros que le decía que merecía usar “porque su historia también merecía elegancia”. Todo lo hacía por ella. O eso decía.

Y en esa red, ella empezó a vivir.

—Eres la única que me escucha sin juzgar —le decía mientras le acariciaba la mejilla.

—Y tú eres la única que no me dejó cuando estaba en ruinas —respondía ella, creyendo cada palabra.

Pero cuando quería salir sola, cuando mencionaba volver a terapia, hablar con su madre o reencontrarse con antiguos amigos, algo siempre ocurría.

Un esguince. Una fiebre repentina. Un mensaje de Noah:

“¿Tan mal estoy haciéndolo que ya no te basta lo que te doy?”

“Solo te pido tiempo… hasta que yo también esté listo para confiar.”

“Siento que me dejas, poquito a poco. No hagas eso.”

Y ella se quedaba. Con culpa. Con miedo de lastimarlo. Con miedo de volver a estar sola.

Una noche, mientras veían la ciudad desde la terraza de un restaurante cerrado solo para ellos, él le ofreció una copa de champán y le preguntó:

—¿Te imaginaste alguna vez volver a sentirte así?

Ella negó con la cabeza.

—Ni siquiera sabía que algo así era posible —susurró—. Pensé que ya estaba rota para siempre.

—Entonces quédate aquí —dijo él, acariciándole la mano con firmeza—. Donde nadie puede hacerte daño. Donde yo pueda cuidar de ti.

Y aunque en el fondo, una parte suya se resistía, la otra —la que había sido traicionada, abandonada, olvidada— solo quería creer. Quería que esa burbuja fuera real.

Esa noche, mientras dormía entre sábanas de seda, con la piel aún marcada por sus caricias, soñó que caminaba por un jardín de rosas.

Pero al despertar, las manos le sangraban.

Y no sabía por qué. Tenía miedo, no sabía que había pasado, todo era confuso, sentía que las cosas no estaban en orden, sentía un vacío enorme en ella. Era como si algo o mas bien alguien lo hubiera hecho…

Después de levantarse no puedo evitar empezar a reflexionar sobre su otra parte – la lastimada, traicionada y solitaria- pero antes de poder indagar mas en sus propios pensamientos… Noah apareció, como siempre, con su café de todas las mañanas para luego prometerle a claudia el mundo y las estrellas.



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En el texto hay: libertad, amor, manipular

Editado: 29.06.2025

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