El sonido del agua cayendo en la regadera era casi hipnótico. Cada gota, un tic nervioso en su cerebro. Cada minuto que él pasaba bajo el agua era un regalo robado, una tregua momentánea del control absoluto.
Ella caminaba descalza por el cuarto, sintiendo la suavidad engañosa de la alfombra bajo sus pies. Tan cómoda… tan inmóvil. Una prisión disfrazada de lujo.
El celular vibró.
Una videollamada entrante de “Isabel”.
Ella supo al instante quién era. El corazón le dio un vuelco. Dudó, paralizada por un segundo… ¿y si él salía justo ahora? ¿Y si escuchaba?
Pero apretó el botón verde.
—Hola… —dijo Sara, como si todo fuera normal. Estaba en la calle, con gafas oscuras, y una bufanda que le cubría parte del rostro.
—Hola —respondió ella, con una voz que apenas era suya.
Sara sonrió y alzó una taza de café hacia la cámara, casual, como si fuera una simple charla entre amigas. Pero luego, sacó un pañuelo blanco y se lo llevó a los labios.
Allí, apenas visible con tinta azul clara, leyó:
¿Estás bien? Parpadea dos veces si no.
Ella sostuvo la mirada. Parpadeó. Una. Dos.
El rostro de Sara se endureció por un instante. Sus labios temblaron, pero mantuvo la sonrisa como escudo.
—Te ves hermosa, amiga. ¿Recibiste la caja de libros que te envié?
El código.
Ella asintió.
—Sí… gracias. Me encantó el que se llama La huida de la sombra. Muy… realista —dijo, con voz baja, midiendo cada sílaba como si pesaran toneladas.
Sara asintió, comprendiendo.
—En ese libro… el personaje deja una nota en la página 73. No lo olvides.
Los ojos de ella se llenaron de lágrimas, pero no dejó que cayeran. No ahora.
—¿Recuerdas cómo termina el capítulo diez? —agregó Sara antes de cortar.
Sí.
Lo recordaba.
"Ella creyó que todo estaba perdido. Pero aún quedaba una salida secreta por donde nadie más miraba."
La llamada se cortó. Justo a tiempo.
La puerta del baño se abrió y apareció Leonardo, envuelto en vapor y silencio.
—¿Quién era? —preguntó, secándose el cuello con la toalla. La pregunta sonaba casual… pero no lo era.
Ella tragó saliva.
—Una vieja amiga. Nada importante.
Él la miró unos segundos de más. Sonrió.
Pero no sus ojos.
—¿Sabes? Me gusta que mantengas tus amistades. Eso dice mucho de tu lealtad —dijo, como si cada palabra fuera un alfiler que medía su resistencia.
Ella asintió.
Esa noche, cuando él durmió —profundo, confiado, como alguien que no teme ser traicionado— ella salió de la cama en silencio.
Fue a la estantería. Allí, entre libros de autoayuda que él mismo le había comprado, encontró el que buscaba: La huida de la sombra. Lo abrió. Sus manos temblaban.
Página 73.
Allí estaba. Una hoja de papel doblada en cuatro. Alisó los bordes y contuvo el aliento:
Parque Estrella. Banco junto al lago. Sábado, 6:00 p.m.
Te estaremos esperando. No vengas sola si sientes peligro. No dejes rastro.
Acarició las letras como si tocaran su piel. Un plan. Una salida.
Una esperanza que dolía más que el encierro.
Lo guardó con cuidado. Volvió a la cama. Se acomodó junto a él.
Noah, incluso dormido, sostenía su muñeca como si le perteneciera.
Ella cerró los ojos.
Pero esta vez, no durmió.
Soñó despierta.
Con libertad.
Con correr sin mirar atrás.
Con volver a ser ella.
Cinco días.
Cinco oportunidades para no fallar.
Cinco días para no volver a perderse.
Editado: 29.06.2025