Donde muere la lealtad

Capitulo 12

Los días se volvieron más largos. No porque pasara más tiempo con Noah, sino porque todo lo que hacía comenzaba a sentirse vigilado.

Cada vez que salía a la calle —aunque solo fuera a buscar pan o respirar un poco de aire— sentía una mirada clavada en la espalda. No eran solo nervios. Lo sabía. Lo sentía.

La primera vez ocurrió el lunes por la mañana. Caminaba por una calle tranquila, a tres cuadras del departamento, cuando notó al hombre. Alto, moreno, con una chaqueta de cuero que parecía demasiado gruesa para el clima. Estaba apoyado contra un poste fingiendo mirar su celular, pero cuando ella dobló la esquina y miró de reojo… él también se movió.

Lo ignoró. O intentó ignorarlo.

Pero al volver al día siguiente por la misma calle, él estaba ahí otra vez. Mismo abrigo. Misma distancia.

Para el tercer día, ya no era uno. Había otro hombre en la esquina opuesta, con auriculares y lentes oscuros. Demasiado estático para estar distraído.

Esa tarde, cuando regresó a casa, Noah estaba en la sala. No dijo nada raro. No preguntó por qué había tardado. Solo la miró desde el sofá mientras leía un libro. Pero sus ojos, tan intensos como cuchillas envainadas, la atravesaban.

—¿Todo bien? —le preguntó con voz tranquila.

—Sí… sólo necesitaba caminar un poco.

—No deberías andar sola. Este barrio es seguro, sí… pero la gente, no tanto. Hay quienes pueden verte vulnerable y aprovecharse —dijo, sin apartar la mirada del libro.

Ella tragó saliva. Sintió cómo su corazón se encogía dentro del pecho.

“No deberías andar sola.”

No era un consejo. Era una advertencia.

Esa noche, mientras él dormía, ella revisó su celular en silencio. Buscó las señales. Las conversaciones. Se preguntó si él había intervenido algo. Si sabía más de lo que decía.

El jueves, al salir de casa, cruzó hacia la otra acera, tomó otra calle, y se metió en un café distinto. Allí, se sentó junto a la ventana y fingió leer.

Veinte minutos después, el hombre de la chaqueta cruzó por fuera. Fingía estar en una llamada. Ni siquiera la miró directamente. Pero pasó lo suficientemente lento como para confirmar lo que ya temía:

La estaban siguiendo.

Noah lo sabía todo.

Esa noche, Sara volvió a llamarla. Pero esta vez, ella no respondió. Esperó a que Leonardo se durmiera, y entonces escribió:

“No puedo hablar mucho. Me siguen. Él lo sabe todo.”

Sara respondió al instante:

“No estás sola. No te paralices. Te necesitamos lúcida.”

“¿Y si me atrapa antes? ¿Y si ya sabe que lo planeamos?”

“Entonces tendremos que correr antes de tiempo. ¿Puedes aguantar hasta el sábado?”

Ella dudó.

“Lo intentaré.”

“Prométemelo.”

“Lo intento. Pero tengo miedo.”

La respuesta de Sara fue breve, pero le devolvió un hilo de fuerza:

“Tener miedo no es rendirse. Solo no lo dejes decidir por ti.”

Cerró los ojos. Guardó el teléfono. Se giró en la cama.

Noah estaba despierto. Observándola.

—¿Todo bien? —preguntó con suavidad.

Ella forzó una sonrisa.

—Sí… solo no puedo dormir.

Él acarició su rostro con dedos suaves, fríos.

—Ya dormiremos después… cuando todo esto pase —susurró.

Y ella se preguntó: ¿"todo esto"… qué es, exactamente?



#347 en Joven Adulto
#1801 en Otros
#314 en Acción

En el texto hay: libertad, amor, manipular

Editado: 29.06.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.