Donde muere la lealtad

Capitulo 17

Noah no dormía. Para él, el tiempo nunca había sido un enemigo; siempre fue un recurso que debía manejar con precisión quirúrgica. Mientras la ciudad se sumergía en la oscuridad de la noche, él permanecía despierto, inmerso en su santuario de sombras y silencios. Encendió otro cigarro y dejó que el humo denso llenara la habitación, mezclándose con el aire frío y casi estéril de su oficina. Era un aroma que asociaba con el control, con la paciencia calculada que lo mantenía siempre un paso adelante.

Sobre la mesa frente a él, un tablero digital brillaba con múltiples ventanas abiertas: mapas detallados, rutas de tránsito, rostros que parpadeaban con datos, teléfonos, perfiles sociales, conexiones invisibles para cualquiera excepto para él. Cada ficha era un peón, un eslabón en la cadena que poco a poco iba a encerrar a Claudia sin que ella siquiera lo sospechara.

Sus dedos se deslizaron lentamente sobre cada nombre. Sara era una pieza delicada, una pieza clave. Si ella seguía siendo un refugio para Claudia, la posibilidad de que Claudia escuchara voces contrarias a las suyas podía poner en peligro todo el plan. Así que Sara debía convertirse en parte de la confusión, en una sombra de duda.

—Sara… —musitó para sí mismo, con la voz cargada de una mezcla de desprecio y cálculo—. Vamos a hacer que dudes de todo. De ella, de ti misma. De todo lo que creías seguro.

En la pantalla, abrió un archivo cuidadosamente elaborado: grabaciones alteradas, mensajes manipulados, conversaciones sacadas de contexto que sugerían una traición. Un falso audio en el que Sara supuestamente hablaba mal de Claudia cuestionaba su carácter, se burlaba de su vulnerabilidad. Nada directo, solo insinuaciones, medias verdades que podían prender la mecha de la paranoia.

Noah sabía que la mente de Claudia ya era un campo de batalla. Solo necesitaba sembrar la semilla adecuada para que floreciera el caos en el momento preciso.

Luego su mente giró hacia otro blanco: la madre de Claudia. Un ataque indirecto que debía fracturar aún más a la protagonista, golpeándola a través de sus lazos más profundos.

—Un accidente pequeño —ordenó con voz firme, sin titubear—. Nada que levante sospechas. Pero suficiente para que sienta que todo su mundo se desmorona a su alrededor.

El equipo operativo recibiría la orden para crear un incidente leve, quizás un tropiezo en la calle, un pequeño golpe que obligara a la madre de Claudia a estar hospitalizada o en reposo, debilitando así el apoyo emocional de su hija.

Noah entendía el poder del aislamiento. La presión constante, la soledad y la incertidumbre podían quebrar incluso a la persona más fuerte.

Dejó caer el cigarro en un cenicero rebosante de colillas y cenizas. Frente a él, sobre la mesa, había un puñado de fotografías impresas de Claudia. Observó su rostro en cada una, pero no con amor. No con cariño ni ternura. Su mirada era la de alguien obsesionado con el control, con la posesión absoluta. Era un juego de poder, de dominio absoluto.

—No es solo recuperar a Claudia —susurró, casi como si recitara un mantra oscuro—. Es demostrarle que no hay mundo fuera de mí. Que nada tiene sentido sin mí.

La habitación se impregnó del olor del tabaco y la tensión que emanaba de sus palabras. Noah se puso de pie, acercándose a uno de los monitores donde aparecían las cámaras de vigilancia repartidas por la ciudad.

Entonces, justo cuando sus pensamientos se alineaban para el siguiente movimiento, una notificación apareció en su teléfono: un mensaje corto, frío, calculado.

“Ella cambió de ubicación. Zona norte. Está sola.”

Noah esbozó una sonrisa afilada, esa expresión que solo alguien acostumbrado a ganar podía tener.

—Perfecto —dijo, con voz firme, más para sí mismo que para nadie.

Presionó otro botón en su consola.

—Prepara el equipo de “sombras”. Esta vez no quiero solo vigilancia. Quiero que sienta mi presencia… que sepa que estoy cerca, que la acecho, pero sin que pueda tocarme ni saber exactamente de dónde vengo.

Se recostó en su silla de cuero negro, con la mirada fija en la pantalla. Su mente trazaba una telaraña invisible que se desplegaba lentamente por la ciudad, destinada a atrapar a Claudia en cada intento de huida, en cada resquicio de libertad que pudiera encontrar.

Porque para Noah no existía otra opción.

Ella era suya.

Y si tenía que destruirlo todo para recuperarla, no dudaría en hacerlo.

La noche avanzaba, y la ciudad dormía ignorante de la tormenta que se gestaba en las sombras, donde un hombre llamado Noah ya había decidido su próximo movimiento.



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En el texto hay: libertad, amor, manipular

Editado: 29.06.2025

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