Claudia corría sin rumbo, cada respiración era un jadeo entrecortado que le quemaba la garganta y el pecho. La oscuridad de la noche la envolvía como un manto pesado, pero no podía dejar que esa sombra la atrapara, no de nuevo. Sentía sus latidos acelerarse, un tambor frenético dentro de su pecho que le gritaba huir, pero también le hablaba del miedo más profundo: que él estaba cerca.
Los pasos detrás de ella se multiplicaban, no sólo uno, sino varios. El eco de su persecución resonaba en las paredes mojadas por la lluvia reciente, reflejando su desesperación.
Giró a una esquina, buscando refugio, pero al otro lado, la figura que menos quería ver apareció como una estatua inamovible: Noah. Su rostro, iluminado por la luz de un farol cercano, parecía esculpido en hielo. Sus ojos, tan negros como la noche misma, la atravesaron como un cuchillo.
—¿Creíste que podrías huir de mí? —su voz era baja, firme, sin dejar lugar a réplica, una amenaza disfrazada de calma—. Claudia, esto no es un juego para mí. Esto es control, es orden. Y tú… eres parte de ese orden.
Ella retrocedió, el frío muro detrás de su espalda fue un límite infranqueable. Sentía el corazón en la garganta, la piel de gallina, pero su voz no tembló:
—Déjame ir, Noah. Por favor. Esto no puede seguir así. No soy tuya.
Él dio un paso adelante, suficiente para que el aire entre ellos se cargara de una electricidad casi insoportable. Su presencia dominaba el espacio, su perfume era un aura que la envolvía y la aprisionaba.
—Tú ya me perteneces, Claudia —susurró con una sonrisa que no alcanzó sus ojos—. No solo con tu cuerpo, sino con tu mente, con tus recuerdos, con todo lo que alguna vez fuiste.
Con una mano lenta, acarició su mejilla con una suavidad fría, calculadora, que le hizo temblar la piel.
—No puedes escapar de lo que eres, ni de lo que siempre serás. Sin mí, no eres nada. —Su voz se volvió un murmullo oscuro, una sentencia disfrazada de promesa.
Claudia cerró los ojos por un instante, tratando de calmar la tormenta que la ahogaba por dentro. En su pecho, una mezcla de rabia, miedo y tristeza luchaba por salir.
—No eres mi dueño —replicó con un hilo de voz, intentando recuperar el control—. Nunca lo has sido.
Noah se apartó un poco, pero sus ojos no la dejaban ir. Su mirada era una trampa de la que no podía escapar.
—Eso es lo que crees ahora —dijo, mientras su sonrisa se ensanchaba con una oscuridad que helaba—. Pero yo te enseñaré la verdad. Te romperé, solo para reconstruirte a mi imagen.
En ese instante, Claudia sintió que el suelo se desvanecía bajo sus pies. El aire se volvió denso, la noche parecía cerrar un círculo alrededor de ellos, aislándolos del mundo.
Entonces, impulsada por una fuerza que ni ella misma sabía que tenía, se apartó bruscamente y echó a correr, perdiéndose entre las sombras de la ciudad.
Los pasos de Noah quedaron resonando en la distancia, pero en su mente, el plan ya estaba trazado. Cada movimiento de Claudia era un eslabón que él controlaba, cada duda una grieta que él explotaría.
Porque para Noah, esta batalla no había hecho más que empezar.
Y Claudia, aunque ahora escapara, aún no sabía cuán profunda era la jaula que la mantenía atrapada.
Editado: 29.06.2025