Donde muere la lealtad

Capitulo 21

El vehículo se detuvo frente a un edificio apartado, sin letreros, sin vecinos. Parecía una casa, pero no lo era. Era más bien una jaula disfrazada de refugio. Las luces exteriores parpadeaban con lentitud, como si el tiempo ahí dentro tuviera otra cadencia.

Noah abrió la puerta del coche y, sin una palabra, tomó a Claudia por el brazo. Esta vez no hubo forcejeo. No porque ella se rindiera, sino porque comprendió que, en ese momento, oponerse era solo regalarle una excusa para hacerle más daño. Se dejó guiar, con los ojos fijos al frente, con la cabeza alta. Pero por dentro, todo era un torbellino.

La casa por dentro estaba impecablemente organizada, demasiado ordenada para alguien emocionalmente estable. Todo tenía su lugar, su función. No había colores cálidos, ni detalles personales. Solo funcionalidad, control, precisión.

Él la condujo hasta una habitación al fondo del pasillo. Una cama grande, cortinas pesadas, una cámara en la esquina apenas visible. El aire olía a madera nueva y algo más… algo químico, artificial, como si el lugar hubiera sido recién preparado para ella.

—Quiero que descanses —dijo Noah, quitándose el abrigo con parsimonia—. Aquí estarás segura. No necesitas huir más. No necesitas pensar.

Ella no respondió. Lo miró con una expresión tan vacía como feroz. Él se acercó y acarició su rostro con el dorso de la mano, suave, casi reverente. Pero sus ojos no transmitían ternura, sino una devoción envenenada.

—No tienes idea de cuánto me dolió verte escapar. De lo mucho que arriesgaste al dejarme. Pero también fue necesario. Ahora sé exactamente cuánto vales. Cuánto necesito protegerte… de ti misma.

Claudia apretó los puños. Las palabras de Noah ya no la seducían como antes. Ahora eran una jaula verbal, un intento desesperado por revestir la manipulación de cuidado.

—Esto no es protección —dijo ella, con la voz rasgada, pero firme—. Es tortura disfrazada de amor.

Noah la miró en silencio. Luego sonrió.

—El amor nunca es limpio, Claudia. Es guerra. Y yo no pierdo.

Esa noche, ella no durmió. La habitación estaba demasiado silenciosa, demasiado pensada. Revisó cada rincón cuando él salió. Había micrófonos. Cámaras. Un solo acceso, con un código electrónico. Sin ventanas. Solo paredes decoradas con libros que hablaban de renacimiento, de obediencia, de dependencia emocional. Todo estaba diseñado para quebrarla con elegancia.

Pero Claudia, aunque cansada, aunque herida, no estaba vencida.

Desde la cama, se permitió llorar en silencio. No por debilidad. Sino como un ritual de despedida. Dejar morir una parte de sí para dar paso a otra. Una más estratégica. Más resistente.

Ella sabía que Noah la estaba observando, quizás en ese mismo momento, desde alguna pantalla, esperando su colapso. Pero en lugar de romperse, se aferró a un recuerdo: la risa de Sara, el abrazo de su madre, el sonido del mundo real más allá de esas paredes.

Noah había capturado su cuerpo. Pero su mente aún era suya.

Y si algo tenía claro, era que esta vez… no pensaba quedarse.



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En el texto hay: libertad, amor, manipular

Editado: 29.06.2025

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