Donde muere la lealtad

Capitulo 25

La noche había dejado de tener sentido para Noah.

Desde que Claudia desapareció, el tiempo no se dividía en días o horas. Solo existía el antes —cuando ella estaba bajo su control— y el ahora —cuando todo ardía en su ausencia.

Las paredes de su oficina eran escombros digitales: pantallas rotas, cables arrancados, fragmentos de control que se le deshacían entre los dedos.

Pero él seguía en pie.

Frente al monitor central, donde alguna vez dormía la imagen plácida de Claudia bajo vigilancia, ahora solo había líneas de código, mapas abiertos, transmisiones encriptadas.

—Ella no desapareció sola —dijo en voz baja, hablando a nadie y a todos—. Alguien ayudó. Alguien la escondió.

Un hombre se acercó a la puerta, nervioso.

—Tenemos un rastro. Zona oeste. Barrio bajo. Vieron a una mujer con su descripción.

Noah no se movió al principio. Solo encendió un cigarro con manos temblorosas. Luego, exhaló con un aire tan helado como su voz.

—Envía a tres unidades. Sigan a todos. Vecinos, comerciantes, niños si hace falta. Si alguien respira distinto, lo quiero registrado.

—¿Y si alguien la esconde?

Noah giró lentamente la cabeza. Sus ojos eran dos filos.

—Entonces entiérrenlo. Y asegúrense de que Claudia lo sepa.

Afuera, el equipo llamado Los Sombras se desplegó.

Vehículos sin placas.

Antenas móviles.

Sobornos en gasolineras, en hospitales, en estaciones de tren.

Noah había activado la parte más peligrosa de su red: la que operaba sin moral, sin preguntas, sin pausa.

Ya no había sutilezas.

Ahora era guerra sucia.

Cada noche sin ella era una derrota.

Pero también un aprendizaje.

Noah repasaba cada palabra que Claudia le había dicho en las últimas semanas.

Cada mirada, cada caricia, cada mentira.

Porque ahora lo sabía: ella lo había estado manipulando.

Jugando a necesitarlo.

Jugando a pertenecerle.

Y él lo creyó.

Eso era lo que más lo enfurecía.

Más que su fuga.

Más que la traición.

—Me convirtió en su herramienta —dijo, golpeando el escritorio—. Usó mi propio lenguaje contra mí.

Y, sin embargo, no podía odiarla. No del todo.

La quería de regreso.

Sí.

Pero no para acariciarla.

No para perdonarla.

Sino para que viera lo que su fuga había despertado en él.

—Quiero drones en el perímetro norte. Intercepten señales de celular. Hackeen cámaras civiles, comerciales, lo que sea.

—Eso activará alertas —advirtió un técnico.

—Entonces borren las alertas.

Otra orden.

—Localicen a Sara. Si ella sabe algo, lo va a decir… con o sin lengua.

Pero no eran solo los comandos.

Noah se había vuelto metódico en su locura.

Volvió a leer los correos de Claudia, los cuadernos que ella escribía cuando creía estar sola.

Buscó mensajes cifrados.

Frases repetidas.

Hasta el perfume dejó de ser aroma y pasó a ser pista: lo olía en distintos objetos buscando fechas, vínculos, lapsos.

Y una noche, en el centro de ese caos, Noah se quebró.

Solo.

De pie frente al espejo.

Sosteniendo la cadena de luna entre los dedos.

—¿Dónde estás, Claudia…? —susurró con una voz que ya no era suya—. ¿A quién engañaste primero? ¿A mí… o a ti misma?

Luego, la arrojó al fuego.

Y cuando vio cómo se derretía el metal, entendió que ya no buscaba a Claudia como era.

Ahora buscaba la versión rota que él pensaba haber creado.

Y eso lo hacía más peligroso que nunca.

Una madrugada, recibió un mensaje:

"Vimos a alguien muy parecida a ella en un refugio rural, cerca del viejo aserradero. Tiene el cabello corto ahora. No habló con nadie, pero huyó cuando intentamos acercarnos."

Noah cerró los ojos.

Sonrió con los labios, pero no con los ojos.

—Corre, Claudia —murmuró—. Corre mientras aún te quedan piernas.

Y luego giró hacia sus hombres.

—Reúnan al consejo. Ya no somos una organización.

Somos una jauría.

En las sombras de la ciudad, los nombres comenzaron a caer.

Personas que una vez ayudaron a Claudia empezaron a desaparecer.

Otros recibieron sobres con fotos.

Puertas rotas.

Siluetas tras los cristales.

Noah no dejaba rastros… pero dejaba ecos.

Y a cada paso, más cerca de Claudia.

Porque no buscaba encontrarla para volver a encerrar su cuerpo.

Buscaba aplastar su alma.

Y lo haría, aunque tuviera que quemar todo lo que alguna vez construyó para lograrlo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.