El teléfono sonó a las 3:17 de la madrugada.
Noah no dormía.
Ya no dormía.
No desde hacía semanas. Su mente era un enjambre eléctrico, una jauría que no descansaba ni cuando el cuerpo lo pedía.
La pantalla mostró un número desconocido.
Bloqueado.
Silenciado.
Casi... imposible.
Pero él contestó antes del segundo timbre.
—¿Claudia?
Hubo una pausa. Un suspiro. Una estática quebrada. Y entonces, su voz:
—Hola, Noah.
Él se puso de pie al instante, dejando caer la copa de whisky que sostenía. El cristal se hizo trizas, pero ni lo notó.
—¿Dónde estás? —rugió. Su tono era filo, su aliento, fuego—. ¿Cómo te atreves a llamarme?
Del otro lado, Claudia guardó silencio. Luego habló, con un temblor contenido que no era del todo miedo.
—No te llamé porque quise. Este teléfono no es mío.
La rabia de Noah cambió. No se apagó. Solo se reorientó.
Sospecha.
Desconfianza.
—¿Quién te tiene? —preguntó. Frío, mecánico. Ya pensando en coordenadas, acceso, extracción—. Si estás jugando conmigo…
—No estoy jugando, Noah. Créeme, si pudiera elegir, no te daría el placer de oírme así. Pero él quiso que te hablara.
Noah frunció el ceño.
—¿Él?
Un crujido, como si alguien le arrebatara el teléfono a Claudia.
Y entonces… una risa.
Profunda.
Áspera.
Antigua.
—Hola, viejo amigo.
El corazón de Noah se congeló.
—No puede ser…
—Oh, pero sí —dijo la voz, entre el eco y la burla—. Me preguntaba cuánto tardarías en destruirla por completo antes de darte cuenta de que no la controlabas. Pero no, Noah… tú nunca tuviste el control. Solo el espejo. Ella te dejó atrás mucho antes de escapar.
Noah retrocedió un paso. No por miedo. Por memoria.
—James
El nombre salió como veneno.
James Thompson.
Su rival más antiguo.
El único que había logrado sobrevivir a una traición de Noah… y vivir para contarlo.
Un fantasma que había estado fuera del juego durante años.
Hasta ahora.
—Ella está bien —continuó James—. Aunque un poco más despierta de lo que tú la dejaste. De hecho, fue su idea llamarte. Me pareció divertido. Nostálgico, incluso.
Noah recuperó algo de control. Recompuso su voz como si no sintiera nada. Pero por dentro… era un incendio.
—¿Qué quieres?
—Lo mismo que tú —dijo James—. Solo que yo no necesito jaulas para obtenerlo.
—¿Dinero? ¿Información? ¿Venganza?
James soltó una carcajada seca.
—Tú no tienes nada que yo necesite. Pero ella sí. Y tú… tienes una deuda conmigo. Una que ni tus cadáveres han saldado.
Claudia volvió a tomar el teléfono. Su voz ahora era distinta. Grave. Consciente.
—No lo subestimes, Noah. Él no es como tú. No necesita destruirme para ganar. Solo necesita que tú me pierdas.
Silencio.
Silencio brutal.
Y entonces Noah habló, como una sombra que se vuelve tempestad.
—No vas a vivir para arrepentirte, James
—¿Tú? —respondió la voz del otro lado, burlona—. Tú ya estás muerto, Noah. Solo eres un reflejo que aún no ha dejado de moverse.
La llamada se cortó.
Noah se quedó inmóvil.
Luego, rompió el teléfono contra la pared.
Sus hombres lo escucharon gritar, por primera vez.
—¡JAMES!
Volteó hacia sus sombras reunidas.
—Ahora esto no es solo una búsqueda. Es una declaración de guerra.
Sacó un viejo mapa, uno que no había tocado en años. Lo extendió sobre la mesa. Tenía marcas antiguas. Territorios que ya no controlaba. Lugares que había cerrado… o creído cerrados.
—Redoble vigilancia. Eliminen intermediarios. Y encuentren a todos los bastardos que alguna vez trabajaron para James Thompson
—¿Y Claudia?
Noah apretó los dientes.
—Ella ya no es la meta. Ahora es el campo de batalla.
Y mientras sus órdenes comenzaban a moverse como cuchillas bajo la ciudad…
En algún lugar oculto, Claudia colgaba el teléfono y miraba a James
—Gracias por no entregarme.
Él le sonrió sin dulzura.
—Aún no he dicho que no lo haré.
Claudia asintió. Porque lo sabía.
Ella no estaba fuera del juego.
Solo había cambiado de tablero.
Y en este… las piezas eran aún más peligrosas.