Donde muere la lealtad

Capitulo 27

El lugar donde James la tenía era distinto a la casa de Noah.

No había cámaras.

No había tecnología sofisticada.

Pero el aire… el aire pesaba diferente. Como si cada pared guardara ecos de cosas que nunca debieron ocurrir.

Claudia había esperado frío. Distancia.

Pero lo que encontró fue otra forma de encierro.

Al principio, James fue amable. Reservado, pero educado. Le trajo ropa, comida. Le habló del pasado de Noah, de las cicatrices que compartían, de las traiciones. Se mostraba como un hombre que había perdido demasiado, y que no permitiría que Noah siguiera ganando.

Claudia, rota, lo había escuchado.

Porque quería creer que alguien podía odiar a Noah por las razones correctas.

Pero con los días… James dejó de fingir.

—Tú no entiendes aún —le dijo una noche, mientras bebía algo fuerte—. No eres una víctima. Eres un símbolo. Para él. Para mí. Para esto.

—¿Esto… qué? —preguntó Claudia, tensa.

James sonrió. Esa clase de sonrisa que no llega nunca a los ojos.

—Guerra. Dominio. Control.

Claudia dio un paso atrás.

—No quiero ser parte de eso.

James rio.

—Ya lo eres. Desde el momento en que Noah te eligió. Desde el momento en que jugaste a manipularlo. ¿Creíste que podías engañar a alguien como él… y que el siguiente monstruo no iba a ser peor?

La golpeó con las palabras.

Pero lo que vino después fue peor.

Primero fue el encierro.

La puerta de la habitación ya no se abría cuando ella lo pedía.

Luego, la comida. Siempre tarde. Siempre menos. A veces, nada.

El silencio reemplazó cualquier conversación. James aparecía, la observaba por largos minutos, y se iba.

O le hablaba de Noah, de sus secretos, de sus métodos… de cómo él los había perfeccionado.

—¿Sabes cuál es tu problema, Claudia? —dijo una vez, tomándole el rostro con fuerza—. Sigues creyendo que los hombres como Noah y yo te vemos como algo frágil. Pero no. Lo frágil se rompe y se olvida. Tú… tú eres algo más interesante: te doblo… y no te quiebras. Eso me intriga.

La soltó. Claudia temblaba.

No por miedo.

Por una furia contenida que comenzaba a convertirse en fuego.

Otra noche, James entró con un sobre. Lo tiró sobre la cama.

—Reconoces a este, ¿verdad?

Claudia lo abrió con manos inseguras.

Era una foto de su exnovio.

La imagen era borrosa. Estaba manchado de sangre.

Muerto. Claudia sintió un puñal helado en el estómago.

—¿Tú lo hiciste?

James se sentó frente a ella.

—No. Fue Noah. Lo interceptó hace una semana. Lo estaba usando para llegar a ti.

Pero no fue lo que me sorprendió. Fue cómo lo hizo. Frío. Silencioso. Como si ya no le importara quién cae con tal de tenerte.

Claudia apretó los dientes.

—¿Y tú qué quieres?

—Verlo arder. Pero antes… —se inclinó hacia ella, su sombra cubriéndola— …quiero ver si tú también te incendias.

Esa noche, Claudia no durmió.

Noah la había destruido.

Y James la estaba desarmando.

Pero entre ambos, sin darse cuenta, le estaban enseñando algo.

Ya no era una presa.

No era una pieza.

Era el centro de la guerra.

Y si sobrevivía… haría que ambos pagaran.

Con todo.




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