La temporada de lluvias había llegado temprano ese año. El mar rugía como si quisiera contar sus propias verdades, y el viento azotaba las ventanas de “Libre” con una rabia que parecía venir de más atrás en el tiempo.
Esa noche, Axel preparaba sopa en la cocina. Yoon estaba organizando las impresiones de su nueva colección: fotos en blanco y negro sobre el concepto de pertenencia. Lucía, la joven que habían acogido meses atrás, dormía en el sillón envuelta en una manta que olía a mar y a café.
El golpe en la puerta fue seco. No uno casual, no uno de cliente. Era duro, firme… casi desesperado.
Axel se adelantó. Yoon lo siguió, con el corazón latiendo como tambor.
Cuando abrió la puerta, el viento entró de golpe, empapando el suelo. Y detrás de la tormenta… estaba él.
—Papá —susurró Yoon, quedándose sin aire.
El hombre al que no veía desde hacía dos años estaba allí, más viejo, más delgado, pero con la misma mirada dura… y esta vez, cubierta por algo distinto: duda. O quizás arrepentimiento.
—Necesitaba verte —dijo su padre, sin cruzar la entrada.
Axel, con el cuerpo tenso, se puso delante de Yoon por reflejo. Como siempre. Como cuando eran niños.
Pero Yoon dio un paso al frente. Esta vez, sin miedo.
—¿Para qué viniste?
Su padre tragó saliva. No era fácil hablar cuando tu orgullo había sido tu escudo toda la vida.
—Para decirte que… tu madre está enferma. Quería verte, pero no pudo venir. Y… yo también. No sé si merezco verte. Pero no podía quedarme sin intentarlo.
Axel bajó la mirada. Sentía que le estaban arrancando algo, y aún así, no dijo una palabra. Era la batalla de Yoon.
—¿Me odias aún? —preguntó Yoon, la voz quebrándose.
Su padre lo miró con ojos húmedos.
—No. Solo me odiaba a mí mismo por no entenderte. Por no saber ser tu padre como necesitabas. Por no soportar que encontraras fuerza donde yo vi debilidad. Pero ahora… veo que tenías razón. Eres libre. Y eres feliz. Eso es más de lo que yo logré en toda mi vida.
Silencio. La lluvia seguía golpeando. Lucía se despertó y miró la escena en silencio desde el sofá.
—No quiero volver —dijo Yoon—. Pero si tú quieres empezar de cero, como yo lo hice con Axel… puedes quedarte esta noche. Mañana vemos.
Esa noche, Yoon y Axel se quedaron en la azotea, bajo el toldo, con las luces apagadas y las velas encendidas. El padre de Yoon dormía abajo, en una colchoneta, como cualquier otro huésped.
—¿Estás bien? —preguntó Axel, rozando su mano.
—No. Pero estoy en paz. Y eso vale más.
Axel lo besó en la frente, con el cuidado de alguien que había visto todas sus versiones. Lo bueno, lo roto, lo fuerte.
—Me da miedo perderte —susurró Axel.
Yoon entrelazó sus dedos.
—No puedes perder lo que eliges cada día. Y yo te sigo eligiendo, Axel. Siempre.
Y mientras la tormenta pasaba y el cielo clareaba al fondo, ambos entendieron que la libertad no era solo huir. Era también saber cuándo volver a mirar atrás… sin que eso te robe lo que eres ahora.