Pasaron tres días desde que su padre se marchó de Libre. No pidió quedarse. No volvió a insistir. Solo dejó una pequeña nota en la mesa de la cocina:
“Gracias por tu humanidad. Tu madre quiere verte. Yo también… pero con tiempo. Estoy aprendiendo.”
Yoon guardó ese papel en su cuaderno, entre fotos de atardeceres y frases escritas a mano que hablaban de libertad. Una semana después, tomó una decisión.
—Quiero ir a verla —le dijo a Axel mientras cerraban el estudio por la noche—. No para perdonar… ni para explicarle nada. Solo quiero mirarla. Ver si todavía hay algo de ella en mí.
Axel asintió. No trató de detenerlo, pero tampoco lo dejó ir solo.
—Si te rompes, yo te sostengo. Pero si sales de ahí con las alas intactas, sabrás que ya nada puede encadenarte —le dijo, tomándole el rostro con ambas manos.
El viaje fue silencioso. El mismo camino que recorrieron escapando ahora los llevaba de regreso… no como fugitivos, sino como hombres completos. Más fuertes. Más suyos.
La casa estaba igual: persianas rígidas, jardín perfecto, esa sensación de museo en vez de hogar. Axel se quedó en la moto, a pocos metros. Yoon respiró profundo y subió los escalones.
Golpeó.
Una mujer abrió. Más delgada, el rostro pálido, el cabello canoso a la fuerza. Pero los ojos… eran los mismos.
—Hola, mamá.
Ella lo miró sin parpadear. Luego, como si una grieta invisible se abriera en su pecho, dejó caer las llaves al suelo. Su voz tembló:
—Pensé… que nunca ibas a volver.
Yoon entró. No abrazó. No sonrió. Solo caminó por la casa como si estuviera en una exposición de su antigua vida.
—¿Por qué me llamaste?
—Porque no quería morir sin verte otra vez.
—¿Estás muriendo?
Ella negó suavemente con la cabeza.
—No aún. Pero tengo miedo. Y cuando uno tiene miedo, deja de fingir que tiene razón en todo.
Silencio.
—Te lastimé —admitió—. Pensé que protegerte era evitar que fueras tú. Pero lo que hice fue negarte. Y eso… es algo que me quitó el sueño muchas noches.
Yoon se quedó quieto. Su respiración era lo único que llenaba el aire.
—No vengo a darte el perdón. No aún. Solo quiero decirte que estoy vivo. Que Axel me salvó cuando tú me soltaste. Y que ahora me salvo yo solo, cada día.
Su madre bajó la cabeza, como si cada palabra fuera un golpe suave, justo.
—¿Eres feliz?
—Mucho.
—¿Y él te ama?
—Con toda su alma. Y yo a él.
La madre de Yoon respiró hondo. Luego caminó hasta una repisa y sacó algo. Era una pequeña fotografía, una copia impresa de una imagen de Libre, sacada del sitio web del estudio: Axel tatuando, y Yoon riendo detrás de la cámara. Un momento puro.
—La guardé desde que la vi. Me dolía… pero también me daba paz. Porque al menos te veía sonreír.
Yoon sintió que algo se aflojaba en su pecho. No era perdón… pero sí un comienzo.
Al salir, Axel seguía esperándolo. No preguntó nada. Solo se bajó de la moto y lo abrazó, fuerte, como si supiera exactamente qué tipo de vacío estaba dejando atrás.
—¿Estás bien? —preguntó Axel, en su oído.
—Estoy en paz. Por primera vez, no me siento el hijo que huyó… sino el hombre que eligió su camino.
Subieron a la moto. Yoon miró atrás una vez más. La casa ya no parecía una prisión. Solo un lugar donde el tiempo se detuvo. Y él… había seguido adelante.
—Vamos a casa —dijo.
Y Axel encendió el motor, mientras el viento comenzaba a soplar suave, como si la vida también estuviera respirando más tranquila.