Donde Nadie Nos Encuentre

Capítulo 17: “Cosas que no sabía decir en voz alta”

La tarde en Libre era tranquila.
Lucía enseñaba a niños a hacer stencil. Paula horneaba pan de banano.
Axel estaba en el taller, lijando una tabla sin mucha convicción, cuando Abril entró en silencio, con su cuaderno bajo el brazo.

—¿Te molesto si dibujo acá? —preguntó.

—No. Me gusta cuando no tengo que estar solo sin querer.

Se sentaron sin decir nada. Axel tallaba. Abril trazaba.
Durante más de media hora, solo se oía el roce de lápiz y lija.

Entonces Abril habló, sin mirar.

—El otro día… te vi llorar en la terraza. No dije nada. Pero me dieron ganas de abrazarte.

Axel respiró hondo.

—Gracias por no hacerlo.

—¿Por qué?

—Porque si alguien me tocaba en ese momento… me iba a romper del todo.

Silencio.

Y luego, Axel soltó algo. Como si hubiera estado esperando que alguien le abriera la puerta solo un poco.

—Mi madre me decía que yo no era suficiente. Que todo lo que tocaba lo arruinaba. Que nací para ser un castigo.
Y cuando no me decía eso, me ignoraba por completo.

Abril levantó la mirada, con los ojos ya cristalinos.

—Yo también viví cosas feas. Pero lo que dijiste… eso... eso no lo había oído nunca en voz alta.

Axel soltó la lija. Se sentó.

—Nunca se lo conté a nadie. Ni a Yoon. Él piensa que me fui de casa porque no me entendían. Pero la verdad es que… me fui porque si me quedaba, me mataban.
O peor: me iba a matar yo.

Abril no dijo “lo siento”. No dijo “qué fuerte”. Solo agarró su cuaderno, arrancó una hoja y le pasó un dibujo:
un niño pequeño, cubierto de sombras, pero dentro del pecho, una linterna encendida.

—Así te imagino —dijo ella—. No escapaste. Sobreviviste.

Axel bajó la cabeza. No lloró. Pero algo se quebró suavemente. Como una cáscara que, al fin, podía dejar caer.

Dos días después, Axel fue a buscar a su tío.

Lo encontró en el mismo bar oxidado donde siempre se refugiaba. León tenía la mirada agria y los nudillos igual de peligrosos.

Axel se paró frente a él. No con rabia. Sino con un fuego nuevo. Limpio.

—Quiero que me mires a los ojos —le dijo—.
No para perdonarte. No para entenderte.
Solo para que recuerdes esto: no me rompiste. No me destruiste.
Estoy vivo. Estoy creando. Y todo lo que hiciste no fue suficiente para borrarme.

León bufó. Dijo algo como "mariquita de mierda".
Pero Axel ya estaba saliendo por la puerta.

No necesitaba ganar. Solo necesitaba cerrar.

Esa misma tarde, tomó un colectivo hacia el cementerio.

La tumba de su madre estaba en un rincón sin flores. Sin nombre grabado, solo una placa vieja con su apellido.

Axel se sentó en la tierra.

—No vengo a reconciliarme. Ni a llorarte.
Solo vengo a decirte que tú ya no vives en mi cabeza.
Que encontré una familia que no me necesita perfecto.
Que sigo teniendo miedo. Pero ya no te tengo miedo a ti.

Sacó de su mochila una flor de papel, hecha por Dante. La apoyó sobre la tierra.
Luego escribió en una servilleta: “No heredé tu odio. Lo rompí.”
Y la dejó bajo una piedra.

Se fue caminando. Ligero. Solo, sí. Pero con menos peso.

Esa noche, Axel abrió el mensaje de Yoon. Lo leyó tres veces.
Sonrió con tristeza. No contestó aún.

Pero se sentó con su cuaderno, y empezó a escribirle una carta.

Una que no sabría cuándo enviar… pero que al fin podía empezar a escribir.



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En el texto hay: superacion union, romancejuveniel, lgbt+

Editado: 16.07.2025

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