El regreso de Yoon fue como una primavera tardía.
No cambió todo de golpe, pero el aire se volvió más ligero.
Las paredes de Libre parecían respirar distinto.
Las risas eran más sinceras. Los días más suaves.
Esa semana, Yoon hizo cosas que nunca había hecho allí:
Cocinó pan con Paula.
Se quemó un dedo, se rió y terminó con harina hasta en las cejas.
Axel lo miraba desde la puerta, cruzado de brazos, con esa sonrisa torcida que decía sin palabras: "Ese es mi chico."
Ayudó a pintar un mural con Dante.
Se manchó la ropa nueva. Terminó haciendo formas abstractas que los niños llamaron “nubes tristes con alas”.
Y cuando Axel se acercó, Yoon le pintó una línea azul sobre la mejilla, sin aviso.
Axel se vengó dibujándole un corazón rojo en la frente.
Lucía tomó una foto. Abril la enmarcó en el estudio.
En la noche, Axel y Yoon compartían la pequeña habitación, como antes. Pero esta vez, no se sentía escondida ni prestada. Se sentía llena de amor, sí… pero también de falta de espacio.
De falta de “nosotros” sin interrupciones.
Una tarde, después de tender telas nuevas para un proyecto, ambos se sentaron en el techo.
Yoon con los pies colgando. Axel con una taza de té.
—¿Te gusta estar de vuelta? —preguntó Axel.
—Me gusta más estar contigo. Pero sí. Este lugar sigue siendo hogar.
Aunque… últimamente he sentido algo —confesó Yoon.
Axel lo miró con atención.
—¿Qué cosa?
—Quiero un espacio solo nuestro. Donde podamos cerrar la puerta y no tener que compartir todo con todos. Donde podamos respirar sin pedir permiso.
Axel se quedó en silencio un segundo. Luego sonrió.
—Estaba esperando que tú lo dijeras primero.
—¿Sí?
—Sí.
Amo Libre. Amo lo que significa. Pero también quiero levantarme y verte a ti cocinando sin camisa. Quiero que podamos dejar un libro a medio leer en el sillón sin que alguien lo mueva. Quiero que podamos discutir y reconciliarnos sin tener que bajar la voz por si los chicos nos oyen.
—Quiero quedarme —dijo Yoon, serio—. No solo en Libre, Axel.
Quiero quedarme contigo.
Axel se inclinó, lo besó en la frente y apoyó su mano en la suya.
—Entonces busquemos nuestro lugar.
Uno donde tú y yo podamos crecer sin hacer menos lo que ya fuimos.
Un espacio para lo que somos ahora.
Las semanas siguientes fueron de planes, risas, mapas y visitas a casas diminutas con encanto.
Los demás los apoyaban sin celos. Sabían que eso no era un adiós.
Era una evolución.
Y una mañana, encontraron una casita azul a cinco calles de la playa.
Con dos ventanas grandes. Un espacio para arte. Una cocina pequeña.
Y una azotea perfecta para ver el atardecer tomados de la mano.
—¿Te imaginas aquí conmigo? —preguntó Axel.
Yoon lo abrazó por la espalda, sonriendo.
—Te imaginé incluso antes de que este lugar existiera.
Esa noche, de regreso en Libre, firmaron el contrato.
No gritaban. No festejaban con fuegos artificiales.
Solo se miraban como dos personas que sabían que, al fin,
ese amor que sobrevivió tanto, tenía ahora un techo propio.