La casa amanecía con olor a pan tostado y dibujos por todas partes.
Miker, que ya sabía reconocer algunas letras, llenaba las paredes con M grandes y torcidas.
Axel decía que era arte moderno.
Yoon prefería llamarlo “expresionismo infantil”.
—Un día va a firmar la pared completa —dijo Axel una mañana, mientras barría migas con el pie descalzo.
—Y tú vas a aplaudirlo —respondió Yoon, sirviendo café con una sonrisa.
—Claro. Porque si nuestro hijo quiere ser muralista, yo le pago las pinturas.
Los días estaban más tranquilos.
Libre Norte ya funcionaba con un equipo sólido, y Axel redujo sus viajes para quedarse más en casa.
A veces pasaba horas arreglando cosas con Miker en el taller, mientras Yoon traducía cuentos infantiles para una editorial.
Las rutinas no eran perfectas, pero eran suyas.
Los almuerzos en la terraza.
Las siestas improvisadas los tres en el sofá.
Los juegos de “quién se esconde mejor” donde Miker se metía dentro del cesto de la ropa.
Y entre todo eso, decisiones pequeñas tejían la vida:
—¿Tú crees que debamos pintar la habitación de Miker? —preguntó Yoon una tarde.
—Sí, pero que él elija el color.
—¿Y si quiere naranja fosforescente?
—Entonces, ¡será una habitación radiactiva!
Ambos rieron.
Y cuando Miker eligió “celeste como el cielo”, se pasaron un fin de semana entero llenándose de pintura, terminando abrazados en el suelo, exhaustos y felices.
Una noche, mientras Yoon preparaba arroz con algas y Axel lavaba platos, se cruzaron en la cocina y se quedaron un segundo en silencio.
—¿Tú sabes cuánto me gusta esto?
—¿Lavar platos?
—No. Esto… tú cocinando, yo aquí, Miker en pijama viendo dibujos…
Esto es todo lo que quise alguna vez.
Yoon se apoyó en su pecho, con la voz baja.
—A veces tengo miedo de que sea demasiado bueno para durar.
Axel le levantó el rostro con una mano húmeda de espuma.
—Entonces lo cuidamos. Todos los días.
Como hacemos con Libre, como hacemos con nosotros.
—¿Y si un día nos cansamos?
—Nos tomamos de la mano… y descansamos juntos.
Esa noche, después de acostar a Miker, se quedaron en el balcón, con una manta compartida y una taza de té caliente.
—Quiero grabar esto —dijo Yoon.
—¿El cielo?
—No. Esto. Tu hombro. El olor a noche. La calma.
Porque cuando llegue otro huracán —y sabes que siempre llegan— quiero acordarme que también tenemos esto.
Axel besó su cabello, en silencio.
Y así, sin promesas grandes ni palabras solemnes,
se eligieron otra vez.
No hacía falta nada más.