La noche llegó con calma.
Miker dormía desde temprano, agotado después de un día lleno de juegos y canciones en Libre.
La casa estaba en silencio. Ni la televisión, ni música de fondo. Solo el leve murmullo del viento contra la ventana.
Yoon salió de la ducha con una toalla enredada al cabello, usando una camiseta de Axel demasiado grande.
Axel lo observaba desde el sillón, con una taza de té enfriándose entre las manos.
—Hace mucho que no estamos así —dijo Axel, apenas con la voz.
—Lo sé.
Yoon se sentó a su lado, pegado, como si necesitara sentir el calor del cuerpo ajeno.
—A veces tengo miedo de que todo lo demás nos esté quitando algo.
Axel dejó la taza a un lado. Le sostuvo la mano con firmeza.
—No nos quita. Solo nos distrae. Pero tú y yo... estamos.
—¿Aun cuando no decimos nada?
—Especialmente cuando no decimos nada.
Minutos después, la luz del pasillo quedó apagada.
La habitación se llenó de penumbra cálida, como si el mundo los abrazara.
No había música, ni palabras grandes. Solo miradas sostenidas, roces suaves, silencios que sabían más que cualquier promesa.
Axel acarició la espalda de Yoon con la yema de los dedos, despacio, como quien toca algo sagrado.
—¿Tú recuerdas cuando éramos solo nosotros dos, escondidos del mundo? —preguntó Yoon.
—Sí. Pero ahora no nos escondemos.
Ahora te tengo a la luz.
Se besaron, primero lento, luego más profundo.
Las manos hablaban: el cuello, la cintura, los dedos enlazados sobre las sábanas.
El deseo no era prisa, era certeza.
Sus cuerpos se buscaron como tantas veces, pero esta vez sin urgencia ni interrupciones.
Solo amor.
Axel acariciaba el rostro de Yoon como si quisiera recordarlo con cada línea.
Yoon se aferraba a su cintura como si fuera su único refugio.
La intimidad se hizo presente no solo en lo físico, sino en lo emocional:
el latido acompasado, la respiración compartida, los suspiros que terminaban en risa leve.
Después, quedaron abrazados en silencio.
—¿Tú sabías que te amo más ahora que cuando empezamos? —susurró Axel.
—¿Por qué?
—Porque ahora sé todo lo que eres.
Y aun así… sigo eligiéndote cada día.
Yoon se aferró un poco más.
—Entonces, prométeme que cuando todo se vuelva ruido… volverás a buscarme en silencio.
Axel le besó la frente.
—Siempre. Porque en ese silencio estás tú.
Y ahí, en esa habitación donde la noche era testigo y el amor no tenía apuro,
Axel y Yoon se reencontraron de nuevo.
No como padres.
No como fundadores.
Sino como lo que siempre fueron:
el hogar del otro.