Donde Se Esconden Las Mariposas

Una rutina simple

EN LA ACTUALIDAD

El pequeño departamento que una vez estuvo vacío y frío ahora estaba lleno de vida. Las paredes, antes desnudas, ahora estaban adornadas con dibujos de Paulina y fotos que Oriana había colgado con orgullo. El sofá, aunque viejo y desgastado, estaba cubierto con una manta colorida que habían elegido juntas en un mercadillo. Todo en ese lugar, desde las plantas en el alféizar de la ventana hasta la pequeña mesa de comedor, tenía un toque personal, un reflejo de la nueva vida que estaban construyendo.

Oriana se levantó temprano, como cada día. Había adoptado una rutina que, aunque agotadora, le daba una extraña sensación de estabilidad. Mientras preparaba el desayuno, el aroma del café llenaba la cocina, mezclándose con el sonido de la radio que tarareaba una canción alegre. Paulina, ya despierta, entró en la cocina con su uniforme escolar, sus trenzas perfectamente hechas y una sonrisa que iluminaba la habitación.

"¿Tostadas con mermelada?" preguntó Oriana, sosteniendo el frasco con una ceja levantada.

"¡Sí, por favor!" respondió Paulina con entusiasmo, sentándose en la pequeña mesa mientras balanceaba los pies bajo la silla.

El sol de la mañana se filtraba por las cortinas, bañando el lugar con una luz cálida y suave. Oriana miró a su hija, y no pudo evitar sonreír. Verla tan feliz, tan segura, le recordaba por qué todo había valido la pena. El departamento no era grande ni lujoso, pero era suyo. Su refugio. Su hogar.

Después del desayuno, Oriana ayudó a Paulina a ponerse la mochila. La escuela quedaba a pocas calles, y era un camino que hacían juntas cada mañana. A medida que caminaban, Paulina le contaba historias de sus amigos, de los proyectos que tenía en clase, y de lo mucho que le gustaba su maestra. Oriana escuchaba con atención, disfrutando de la felicidad en la voz de su hija.

"Hoy vamos a hacer un experimento de ciencias," dijo Paulina, sus ojos brillando con emoción. "Voy a ser la líder del grupo."

"Eso suena increíble, mi amor," respondió Oriana, orgullosa. "Sé que lo harás genial."

Llegaron a la entrada de la escuela, y Paulina, después de darle un abrazo rápido, corrió hacia la puerta, saludando a sus amigos. Oriana se quedó un momento, observándola hasta que desapareció en el edificio. Era increíble cómo su pequeña había crecido en tan poco tiempo, adaptándose a esta nueva vida con una fuerza que Oriana admiraba profundamente.

Desde la escuela, Oriana se dirigió a su trabajo. Había conseguido un puesto en una gestoría del barrio, nada glamoroso, pero estable y seguro. Los primeros días habían sido duros, acostumbrarse a nuevas tareas y lidiar con la inseguridad de empezar de cero en un entorno desconocido. Pero con el tiempo, había encontrado su ritmo. Sus compañeros eran amables, y el trabajo, aunque a veces monótono, le daba la tranquilidad de saber que podía mantener a Paulina y a ella misma sin depender de nadie más.

Entró en la oficina y saludó a sus compañeros con una sonrisa. Se había ganado su respeto y cariño por su dedicación y actitud positiva. Mientras organizaba papeles y atendía a los clientes, Oriana no podía evitar sentir un pequeño orgullo por lo lejos que habían llegado. Cada día era una pequeña victoria, una prueba de que, a pesar de todo, estaban saliendo adelante.

El día transcurrió sin sobresaltos, y cuando el reloj marcó la hora de salida, Oriana recogió sus cosas, lista para regresar a casa. Caminó de vuelta a la escuela, disfrutando del aire fresco de la tarde. Paulina la esperaba en la entrada, su mochila llena de libros y dibujos, y al verla, corrió hacia ella con una sonrisa que lo decía todo.

"¡Mami! El experimento salió genial. La maestra dijo que hicimos un gran trabajo," dijo Paulina, casi sin respirar de la emoción.

"Sabía que lo lograrías," respondió Oriana, abrazándola con fuerza. "Eres increíble."

Caminaron juntas de vuelta al departamento, hablando y riendo, dejando atrás cualquier preocupación. Llegaron a casa y, mientras Paulina hacía su tarea en la mesa de la cocina, Oriana comenzó a preparar la cena. Era una rutina simple, pero en esa simplicidad había una belleza y una paz que nunca había conocido antes.

Cuando la noche cayó, se sentaron juntas en el sofá, viendo una película mientras comían palomitas. Paulina se acurrucó junto a su madre, y Oriana le pasó un brazo por encima, abrazándola con ternura.

Ese pequeño hogar, que un día fue un refugio temporal, ahora era un lugar lleno de amor, risas y sueños compartidos. Y aunque la vida seguía presentando desafíos, Oriana sabía que, mientras estuvieran juntas, podrían enfrentarlo todo. Porque después de todo, lo más importante lo tenían: una a la otra.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.