Donde Se Esconden Las Mariposas

El humo de su cigarrillo

(continuación desde otra perspectiva)

Desde la sombra de un café en una esquina de Madrid, Samuel observaba a la multitud con la mirada entrenada de alguien que había aprendido a encontrar lo que buscaba entre la masa de gente. El humo de su cigarrillo se elevaba perezosamente hacia el cielo, mientras el sol de la tarde proyectaba largas sombras sobre la acera.

La pantalla de su teléfono brillaba tenuemente en la mesa frente a él, mostrando el mensaje que acababa de enviar. Se lo había releído varias veces antes de pulsar "enviar", asegurándose de que cada palabra tuviera el peso exacto que deseaba transmitir: una mezcla de advertencia y promesa velada.

**"Sé dónde estás, Oriana. Sé que estás con ella. No podrás esconderte para siempre."**

Esbozó una sonrisa fría, apagando el cigarrillo en el cenicero mientras imaginaba la expresión de Oriana al leerlo. Sabía que la había sorprendido, que la había hecho dudar de la seguridad que creía haber encontrado. No había sido fácil localizarla; ella había sido astuta, cubriendo sus huellas con cuidado. Pero nadie podía esconderse para siempre, y él siempre había sido bueno rastreando lo que otros consideraban perdido.

Desde que había aceptado el trabajo, había seguido cada pista con la tenacidad de un depredador. Al principio, todo eran callejones sin salida, datos falsos y caminos que no llevaban a ninguna parte. Pero poco a poco, había comenzado a desenterrar fragmentos de su vida, piezas de un rompecabezas que, al juntarlas, le mostraban el nuevo mundo que Oriana había intentado construir.

Ese departamento modesto, la gestoría donde trabajaba, la escuela de su hija. Detalles que la mayoría de la gente pasaría por alto, pero que para él eran las llaves para abrir la puerta al pasado que Oriana estaba desesperada por dejar atrás.

Mientras Samuel observaba la entrada de la escuela desde la distancia, sus ojos se entrecerraron al ver la pequeña figura de Paulina, corriendo hacia los brazos de su madre. Aquella imagen, una niña inocente abrazando a su madre con una sonrisa despreocupada, era un recordatorio de lo mucho que Oriana tenía que perder.

Pero para Samuel, esto no era personal. Era un trabajo, un encargo que había aceptado porque, en su mundo, la moralidad y la empatía eran lujos que no podía permitirse. El cliente había sido claro en sus deseos, y él había aceptado cumplirlos sin hacer preguntas innecesarias.

Se levantó del asiento, dejando una propina en la mesa antes de caminar tranquilamente por la acera. No tenía prisa; había aprendido que la paciencia era su mejor aliada en situaciones como esta. Cada paso que daba lo acercaba más a su objetivo, y cada movimiento que Oriana hacía, cada decisión, solo le facilitaba el trabajo.

Mientras se mezclaba con la multitud, Samuel guardó su teléfono en el bolsillo, satisfecho con el avance que había logrado ese día. Oriana no sabía quién era él, pero pronto lo descubriría. Y cuando lo hiciera, ya sería demasiado tarde para escapar.

Se perdió en el bullicio de Madrid, consciente de que, mientras él permaneciera en la sombra, Oriana nunca podría estar realmente segura.




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