Donde Se Esconden Las Mariposas

ACORRALADA

Samuel miró a su alrededor, asegurándose de que nadie prestara atención a sus movimientos. La tarde en Madrid continuaba su curso, la gente se apresuraba por las calles, absorta en sus propias vidas, ajena al pequeño drama que se desarrollaba en las sombras. Satisfecho de que no había miradas curiosas, sacó su móvil del bolsillo y buscó en su lista de contactos el número que necesitaba. El dedo se detuvo sobre el nombre de *Fran*.

Sin dudarlo, pulsó para llamar. El tono sonó solo una vez antes de que una voz grave y familiar contestara al otro lado.

"¿Samuel?" Fran respondió con un tono urgente, casi expectante, como si hubiera estado esperando esa llamada todo el día.

"Sí, soy yo," dijo Samuel, su voz baja y controlada, mientras se apartaba ligeramente del bullicio de la calle para hablar con más privacidad. "Acabo de enviarle un mensaje. Sabe que la estamos vigilando."

Una breve pausa llenó la línea, el silencio era palpable. Samuel podía sentir la tensión de Fran a través del teléfono, la mezcla de satisfacción y ansia que siempre acompaña a aquellos que buscan control en una situación que ya habían perdido.

"¿Cómo reaccionó?" preguntó Fran, intentando sonar indiferente, pero no logrando ocultar del todo la emoción en su voz.

"No lo sé aún," respondió Samuel con calma. "Pero si la conozco bien, estará asustada. Comenzará a cometer errores, y cuando lo haga, estaré allí."

Fran respiró profundamente al otro lado de la línea, como si estuviera saboreando la idea de tener a Oriana de nuevo bajo su control. "Bien. Sigue adelante. Quiero que sepa que no tiene escapatoria. Que cada paso que da, yo lo conozco."

Samuel asintió, aunque Fran no podía verlo. "Eso haré. Pero recuerda lo que hablamos. Este tipo de trabajos son delicados, y no te servirá de nada si ella se siente acorralada demasiado pronto. Necesitas que se sienta vulnerable, pero no desesperada."

"Lo sé," gruñó Fran, su tono más oscuro. "No la quiero asustada, la quiero de vuelta. A ella y a la niña."

El recuerdo de Oriana y Paulina, caminando juntas por la calle, cruzó por la mente de Samuel. Podía entender lo que Fran deseaba, pero no podía dejar de notar la frialdad con la que lo expresaba. Para él, Oriana no era más que una posesión perdida, algo que creía que tenía derecho a recuperar.

"Entendido," dijo Samuel finalmente, manteniendo su tono profesional. "Te mantendré informado de cualquier avance. Pero no esperes que sea inmediato. Las cosas como estas llevan su tiempo."

Fran soltó un suspiro impaciente, pero accedió. "Está bien. Confío en que harás lo necesario."

"Siempre lo hago," respondió Samuel, antes de colgar la llamada.

Guardó el móvil en su bolsillo, su mente ya maquinando los próximos pasos. Sabía que el tiempo estaba de su lado; cuanto más pensara Oriana que estaba a salvo, más devastador sería cuando la realidad la alcanzara. Pero también sabía que lidiar con personas como Fran tenía sus riesgos. Clientes con tanta obsesión por el control podían ser impredecibles, y eso hacía que la situación fuera aún más peligrosa.

Mientras se alejaba de la esquina donde había estado observando, Samuel se mezcló de nuevo con la multitud. Sabía que, al final, todo se reduciría a un juego de paciencia y estrategia. Y si había algo en lo que Samuel era bueno, era en esperar el momento exacto para dar el golpe.




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