Paulina se encontraba en una profunda oscuridad, el frío y la desesperación envolviéndola como una niebla densa.
En su sueño, el escenario se había transformado en algo completamente surrealista. Estaba en lo que parecía una piscina enorme, pero no había agua en ella. El fondo era invisible, como un abismo negro que se extendía hacia el infinito. La piscina, más bien un pozo excavado en medio de un cementerio olvidado, estaba rodeada de lápidas rotas y vegetación marchita.
Ella estaba al borde del pozo, con una sensación de inestabilidad que le hacía temblar. De repente, una fuerza invisible la empujó, y comenzó a caer hacia abajo. La caída era interminable, y el vacío parecía tragarse todo su ser. No había sonido, solo un eco sordo de sus propios gritos que se perdía en la inmensidad del agujero.
Mientras caía, Paulina miró hacia arriba, donde vio la figura de Ainoa y sus amigas asomándose en el borde del pozo. Ainoa estaba en el centro, su sonrisa cruel y burlona iluminada por una luz fantasmagórica. Sus amigas reían, el sonido era un eco macabro que se mezclaba con el viento enrarecido.
—¡Mira cómo se hunde! —se reía Ainoa, con una expresión de satisfacción en su rostro. La escena era tan surrealista que parecía más una pesadilla que un simple sueño.
Paulina intentó gritar, pero el sonido se ahogaba en el vacío. Su cuerpo se movía sin control, como si el aire estuviera pesado y denso a su alrededor. La sensación de caída interminable la llenaba de terror, mientras Ainoa y sus amigas seguían riendo y burlándose desde el borde. Sus risas se transformaban en gritos distorsionados que se mezclaban con el eco de su propio angustioso clamor.
Finalmente, cuando Paulina sintió que no podía soportar más la presión del vacío, despertó de golpe en su cama, el corazón latiéndole con fuerza. La habitación estaba oscura, y el sonido de su respiración agitada llenaba el silencio. La sensación de haber caído en un abismo sin fondo seguía pesando en su pecho, como una sombra que no se despejaba.
Se incorporó en la cama, tratando de calmarse. Miró alrededor de su habitación, buscando el consuelo de lo familiar para anclar sus pensamientos. Las sombras en la habitación parecían desvanecerse lentamente, y el sueño aterrador comenzaba a perder su intensidad.
Paulina sabía que el sueño reflejaba sus temores internos, el miedo a ser empujada al vacío de la inseguridad y la burla de Ainoa. Sabía que las burlas y los juegos de poder de Ainoa estaban afectando más de lo que quería admitir, pero también sabía que no podía dejar que esos miedos la dominara.
Se levantó de la cama, respirando hondo mientras caminaba hacia la ventana para mirar el primer resplandor del amanecer. La claridad del nuevo día le ofreció una pequeña dosis de esperanza. Aunque el terror del sueño todavía la perseguía, estaba decidida a enfrentar lo que viniera con valentía.
Mientras se preparaba para el día, Paulina se repitió a sí misma que, aunque la pesadilla había sido aterradora, no podía dejar que el miedo la controlara. Cada día era una oportunidad para mantenerse firme y enfrentarse a los desafíos, no importa cuán profundos o oscuros parecieran. Y con esa determinación, se alistó para enfrentar lo que el día le deparara, con la esperanza de que la pesadilla fuera solo eso: un sueño del que se despertaría más fuerte.
Rezando cuando el último vestigio del sueño perturbador aún se arrastraba por su mente. Había pasado una noche inquieta, pero no podía permitirse quedarse en la cama pensando en la pesadilla.
La mañana avanzaba y tenía que prepararse para el colegio. Se duchó rápidamente, esperando que el agua fría ayudara a despejar la neblina que todavía la envolvía.
Cuando llegó al colegio, Paulina se encontró con Susana en su rincón habitual del patio. Aunque intentaba actuar con normalidad, el eco de su pesadilla aún le hacía cosquillas en el subconsciente. Susana notó que algo no estaba bien.
—¿Todo bien? —preguntó Susana, mientras se sentaban juntas en el banco.
Paulina forzó una sonrisa. —Sí, solo fue un mal sueño. Nada importante.
Mientras se preparaban para entrar a clase, el recuerdo de la pesadilla seguía en su mente. En el sueño, además del vacío aterrador y las risas burlonas, había algo más que la inquietaba: un ojo gigante que la observaba constantemente.
En el sueño, este ojo era inquietantemente omnipresente, flotando en el aire como una presencia voyerista, observando cómo las compañeras de clase cavaban el agujero sin descanso.
El ojo, de un color rojo intenso y con una pupila negra que parecía penetrar en el alma, no dejaba de moverse con una precisión escalofriante. Su mirada se dirigía hacia el grupo de chicas, que cavaban el agujero sin detenerse. Cada vez que Paulina intentaba acercarse o decir algo, el ojo giraba hacia ella, llenando el espacio con un peso insoportable.
A medida que el día avanzaba, Paulina no podía sacarse de la cabeza la imagen del ojo vigilante. Sentía como si el observador no solo estuviera en su sueño, sino también en su vida real, acechando desde las sombras.
Durante las clases, su mente vagaba, pensando en el símbolo que el ojo podría representar: el miedo a ser observada, a ser juzgada, a ser empujada al vacío de la inseguridad.
Ainoa y su grupo no tardaron en aparecer, y Paulina notó que las miradas de algunos compañeros de clase se dirigían hacia ellas con una mezcla de curiosidad y recelo. Aunque el grupo parecía estar ocupado con sus propias charlas y risas, Paulina sintió que el ojo del sueño estaba allí, en algún lugar, observando cada movimiento.
Al final de la jornada escolar, Paulina se dirigió al vestuario, tratando de dejar el día atrás. Sin embargo, Ainoa la abordó una vez más en los pasillos.
—¡Eh, la princesita! —llamó Ainoa, acercándose con una sonrisa desafiante—. ¿Cómo va la vida en tu pequeño mundo?
Paulina se detuvo, tratando de mantener la calma. —Bien, gracias. No estoy interesada en tus juegos, Ainoa.
Editado: 05.10.2024