Donde Se Esconden Las Mariposas

FRAN

Fran, heredero de una fortuna millonaria gracias a sus padres, ahora vivía una vida que muchos solo soñaban. Tras la huida de Oriana, había comprado un lujoso dúplex en una de las zonas más exclusivas de Ibiza. El apartamento, con vistas espectaculares al mar, era su nuevo reino, un reflejo de su éxito y de todo lo que creía merecer.

Desnudo, Fran se levantó de la cama y cruzó el largo pasillo de mármol, cada paso resonando en el silencio de la mañana. Bajó las escaleras de forma pausada, disfrutando de la sensación del lujo que lo rodeaba. El aire cálido de la isla le golpeó la piel al abrir la puerta de cristal que daba a la piscina. Sin pensarlo dos veces, se lanzó al agua. La sensación refrescante lo sacudió, despejando cualquier rastro de sueño.

Al salir, el agua se deslizaba por su cuerpo, y allí, de pie, lo esperaba Candy. Una joven pelirroja con la piel pálida que contrastaba con el diminuto tanga rosa que apenas cubría lo esencial. Su melena rojiza brillaba bajo el sol, aunque ahora la recogía en un moño desordenado mientras lo observaba con una sonrisa juguetona.

—Buenos días, cariño —dijo Candy, estirando cada palabra—. ¿Te bajas a la piscina sin avisar? Eso no es justo.

Fran, sin inmutarse, tomó una toalla y comenzó a secarse con movimientos lentos. Su mirada, fría y calculadora, la atravesaba, haciendo que el aire ligero de la conversación se tensara al instante.

—Candy —respondió, su voz cortante como una navaja—. Toma el dinero y vete. Ya no te necesito.

La sonrisa de Candy se desvaneció tan rápido como había aparecido. Había esperado algo más de esa mañana, pero con Fran, nunca se podía esperar nada. Sin decir una palabra, tomó el fajo de billetes que él había dejado sobre la mesa, se dio la vuelta y se marchó, sabiendo que en su mundo, la gente entraba y salía de su vida como piezas de un juego, desechables cuando ya no eran útiles.

Fran observó cómo se iba, sin rastro de emoción. Para él, todo esto era solo parte del guion.

Cuando la puerta se cerró de golpe tras la pelirroja, el eco resonó por todo el apartamento. Fran no mostró ninguna reacción en su rostro, pero por dentro la rabia comenzaba a hervir. Caminó de vuelta a la habitación con pasos firmes, secándose el cabello de forma brusca con la toalla. Su reflejo en el espejo mostraba la misma calma tensa de siempre, pero los ojos delataban algo más oscuro, algo que crecía a cada minuto que pasaba sin noticias de Oriana.

Se puso una camiseta de tirantes negra, la primera prenda que encontró en el armario. Fran odiaba no tener el control, y la ausencia de información sobre Oriana lo estaba consumiendo. ¿Dónde demonios estaba? ¿Por qué Samuel no le había actualizado como se suponía que debía hacerlo?

Rabioso, comenzó a buscar su móvil entre la maraña de sábanas y ropa tirada por el suelo. El caos que lo rodeaba reflejaba el que sentía en su interior. Al encontrar el teléfono, sin pensarlo dos veces, marcó el número de Samuel con dedos temblorosos de ira.

—¿Qué pasa, Fran? —respondió Samuel al otro lado, su voz calmada, como si nada estuviera fuera de lo normal.

—¡¿Qué pasa?! —gritó Fran, apretando el teléfono contra su oreja—. ¡Lo que pasa es que no sé nada de Oriana! ¡Nada! ¿Cómo es posible que aún no tengas noticias? ¿Qué te pago para esto, Samuel? ¡Te doy dinero para que me consigas resultados, no excusas!

Hubo un silencio tenso antes de que Samuel respondiera, sin perder su habitual tono pausado.

—Te dije que esto tomaría tiempo. No es tan fácil como apretar un botón y tenerla frente a ti. Las cosas deben hacerse con cuidado, si no quieres que salga corriendo de nuevo.

—¡Me importa una mierda tu paciencia! —gruñó Fran—. Quiero resultados. ¡Y los quiero ya!

Samuel permaneció en silencio unos segundos más, como si estuviera valorando si valía la pena responder a la furia de Fran.

—Tranquilo. Todo está bajo control. La próxima vez que hables conmigo, tendrás lo que buscas.

Fran apretó la mandíbula, furioso pero sin opción. Samuel siempre había sido fiable, pero la espera lo estaba matando. Colgó sin más, lanzando el móvil sobre la cama. No podía soportar la sensación de que Oriana, en algún lugar, estuviera ganando, escapando de su control.

Y eso, para él, era inaceptable.




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