El corazón de Samuel dio un vuelco.
La luz tenue de las farolas alumbraba las calles vacías mientras Samuel se alejaba del Retiro, caminando sin rumbo fijo pero con una sola cosa en mente. La carpeta bajo su brazo parecía pesar toneladas. Era un recordatorio constante de la decisión que lo atormentaba, como una bomba de tiempo que él mismo había creado.
Cuando finalmente llegó a su coche, se sentó detrás del volante y dejó caer la carpeta en el asiento del copiloto. Se quedó unos minutos en silencio, mirando a la nada. Encendió el motor y, en lugar de conducir hacia su apartamento, como había pensado hacer al principio, tomó dirección hacia el mar de luces de la ciudad, sin un destino claro. Tenía que pensar. Tenía que tomar una decisión que podría cambiar el rumbo de todo.
Mientras conducía, su móvil vibró en el asiento. El nombre de Fran apareció en la pantalla. Sabía que tarde o temprano recibiría esa llamada. Fran estaba impaciente, y el silencio solo lo ponía más nervioso. Samuel apretó los dientes y dejó que el móvil siguiera sonando hasta que el buzón de voz lo detuvo.
—No esta vez, Fran —murmuró para sí mismo, mientras aceleraba por la Gran Vía.
El reloj del coche marcaba casi la una de la madrugada cuando finalmente decidió parar en un pequeño bar abierto las 24 horas. El lugar estaba casi vacío, solo un par de clientes dispersos y el camarero, que parecía más interesado en su teléfono que en atender la barra. Samuel pidió un café fuerte y se sentó en una mesa al fondo, con la carpeta a su lado.
Sabía que había llegado el momento. Tenía que tomar una decisión: entregarle a Fran todo lo que había reunido sobre Oriana o desaparecer del radar y enfrentarse a las consecuencias de negarse a cumplir el encargo. Ambas opciones eran peligrosas, pero por diferentes razones.
Mientras sorbía el café, su mente volvía una y otra vez a la imagen de Paulina. La niña que no tenía ni idea de lo que estaba en juego. ¿Qué pasaría si Fran lograba dar con ellas? Sabía que Oriana lo temía más que a nada en el mundo. Había escapado por una razón, y esa razón tenía nombre: Fran.
Ese hombre no solo era posesivo, era cruel, y si lograba tenerlas a su merced de nuevo, las consecuencias serían devastadoras.
De repente, el sonido de su móvil vibrando una vez más interrumpió sus pensamientos. Esta vez no era Fran. Al mirar la pantalla, vio un número desconocido. Algo en su interior le dijo que contestara.
—¿Samuel? —La voz al otro lado de la línea era femenina, suave pero tensa. No era una llamada común.
—¿Quién es? —respondió con cautela.
—Soy Oriana. Sé que trabajas para Fran.
El corazón de Samuel dio un vuelco. Era imposible. Había sido extremadamente cuidadoso para que Oriana no supiera quién la estaba siguiendo. Pero ahora, ahí estaba, hablándole directamente.
—No tienes idea de lo que estás diciendo —respondió Samuel, aunque en su interior supo que no era verdad.
—Sí, lo sé. Sé exactamente quién eres y lo que estás haciendo. Escucha, no me queda mucho tiempo, pero necesito que entiendas algo —la voz de Oriana bajó, casi como un susurro—. Si me entregas a Fran, todo lo que he construido para Paulina, todo lo que he sacrificado, se perderá. No lo hagas, por favor.
Samuel se quedó en silencio. La cafetería seguía tranquila a su alrededor, pero su mundo parecía haberse estrechado a esa única conversación.
—No soy el tipo de persona que toma partido —dijo Samuel finalmente, su voz dura, pero menos segura que antes.
—No te pido que tomes partido. Solo te pido que pienses si este trabajo realmente vale la pena. Fran destruirá todo. No solo a mí, sino también a mi hija. Y eso... eso no puedes ignorarlo.
Un silencio incómodo se instaló entre ambos. Samuel sabía que ella tenía razón. Sabía que estaba al borde de una decisión crucial.
—Te encontraré de todos modos —respondió él, pero incluso mientras lo decía, su resolución empezaba a resquebrajarse.
—Entonces, te doy un consejo —dijo Oriana, con un tono que mezclaba desesperación y determinación—: Si lo haces, asegúrate de que Fran no lo sepa.
Y con eso, la llamada se cortó.
Samuel se quedó mirando su móvil, con la cabeza llena de pensamientos. Ya no había marcha atrás. Tenía que decidir si continuaba siendo el hombre que siempre había sido, o si, por una vez, dejaba que su instinto tomara la delantera.
Editado: 05.10.2024