Donde Se Esconden Las Mariposas

EL RUGIDO DEL MOTOR

¿Acaso pensaba traicionarlo?

Pasada la medianoche, Fran se ajustó el casco negro y encendió su Kawasaki, el rugido del motor cortando el silencio de la calle vacía. La oscuridad lo envolvía, pero a él no le importaba. De hecho, le gustaba.

La noche siempre había sido su aliada, un refugio donde podía dejar salir sus impulsos sin que nadie lo cuestionara.

La moto vibraba bajo su cuerpo mientras la guiaba a toda velocidad por las calles vacías de Ibiza. La brisa helada le golpeaba el rostro, pero en lugar de calmarlo, solo parecía alimentar el fuego que ardía dentro de él.

Fran estaba furioso. Samuel no le había respondido ni con la rapidez ni con los resultados que esperaba, y eso lo ponía en un estado de ansiedad explosiva.

Fran aceleró más, dejando que el viento disipara parte de su frustración. Necesitaba respuestas, necesitaba saber dónde estaba Oriana.

La sola idea de que se le hubiera escapado de las manos lo volvía loco.

Durante años, él había sido el que tenía el control, el que dominaba todo a su alrededor. Nadie, ni siquiera Oriana, tenía derecho a desafiarlo. Y, sin embargo, ahí estaba, huyendo con su hija, como si pudiera simplemente desaparecer de su vida.

Los edificios pasaban a toda velocidad mientras avanzaba por la ciudad, pero su mente no dejaba de pensar en Samuel y en esa carpeta que debía haber llegado ya.

Sabía que Samuel tenía toda la información. ¿Por qué se estaba demorando tanto en entregársela? ¿Acaso pensaba traicionarlo?

No, Samuel no era tan estúpido.

A medida que los kilómetros se sumaban, Fran giró en dirección a una carretera que conducía hacia las afueras de la ciudad. Las luces de la ciudad quedaban atrás, y solo quedaba el rugido de la moto y el zumbido de la carretera bajo las ruedas. De repente, la vibración de su móvil en el bolsillo de su chaqueta lo sacó de sus pensamientos. Frenó bruscamente a un lado de la carretera, su respiración pesada, el corazón aún latiendo con fuerza por la adrenalina.

Apagó la moto y sacó el móvil. Al ver el nombre en la pantalla, su expresión se endureció: **Samuel**.

Fran apretó los dientes, tomando un segundo para calmarse antes de contestar la llamada.

—¿Qué pasa? —gruñó sin preámbulos, la ira contenida en su voz.

—Tengo algo para ti, Fran —dijo Samuel, su voz tranquila al otro lado del teléfono—. Pero creo que deberíamos hablar en persona.

Fran se quedó en silencio unos segundos, su mandíbula apretada. Había esperado esa llamada, pero algo en el tono de Samuel no le gustó. Algo no estaba bien.

—Más te vale que sea importante, Samuel. Estoy perdiendo la paciencia.

—Lo es. Nos vemos mañana, en el sitio de siempre. A las diez.

Fran colgó sin responder. La ira seguía latiendo en sus venas, pero había algo más ahora: una sensación de traición que no podía sacudirse. Miró el horizonte oscuro y apretó los puños. Mañana obtendría lo que quería, sin importar el precio.

Se subió nuevamente a la moto, el motor rugió de nuevo, y se lanzó de vuelta a la carretera, la noche engulléndolo mientras aceleraba hacia el vacío, con la mente fija en una sola cosa: Oriana.




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