Donde Se Esconden Las Mariposas

La cita con Samuel

Casi podía sentir el frío metal de la navaja en su bota.

A las ocho de la mañana, el avión tocó tierra en el aeropuerto de Madrid, y Fran ya sentía cómo la adrenalina le recorría todo el cuerpo.

No había dormido ni un segundo durante el vuelo. Su mente había estado ocupada pensando en lo que vendría después.

La cita con Samuel se sentía más como una trampa que como un favor, pero Fran no tenía otra opción. Necesitaba respuestas y las necesitaba ya.

Sudaba a pesar del frío que inundaba el aeropuerto. Su camiseta de tirantes negra estaba pegada a su piel, y, aunque intentaba mostrarse calmado, su mirada delataba el caos que llevaba dentro. No había traído equipaje; solo lo esencial. En su bota derecha, bien escondida, llevaba una navaja. Una especie de seguro por si las cosas se salían de control, como tantas veces lo habían hecho en su vida.

Al salir de la terminal, se detuvo por un momento, observando el bullicio de la mañana en Madrid. El tráfico, los taxis en fila, la gente moviéndose con prisa... Nada de eso le importaba. Subió a un taxi que lo esperaba junto a la acera y, sin perder tiempo, le dio la dirección que Samuel le había proporcionado la noche anterior.

—Rápido, por favor —dijo Fran en un tono que no admitía discusiones.

El taxista, un hombre de mediana edad que apenas lo miró a través del retrovisor, asintió y comenzó a conducir.

El coche se lanzó al tráfico, y Fran se reclinó en el asiento, pero su cuerpo seguía tenso como un resorte a punto de estallar. Observaba cómo la ciudad pasaba a su lado, cada vez más consciente de que ese encuentro con Samuel iba a marcar un punto de no retorno.

Mientras el taxi serpenteaba por las calles de Madrid, Fran pensaba en lo que haría. Si Samuel había reunido la información sobre Oriana y Paulina, todo sería sencillo. Localizarlas, tomar el control de nuevo y hacer que Oriana pagara por haberlo dejado. Pero, si Samuel jugaba a otra cosa, si se atrevía a traicionarlo... Fran no tenía problemas en hacer que su viejo amigo lo lamentara.

Las manos de Fran se cerraron en puños, y casi podía sentir el frío metal de la navaja en su bota. Era su salvavidas, un recordatorio de que, sin importar cómo terminara esa reunión, él siempre estaría un paso adelante. Siempre lo había estado.

El taxi se detuvo frente a un edificio viejo, un lugar apartado y discreto en las afueras de la ciudad. Fran pagó rápidamente y salió del coche sin decir una palabra más. Miró el edificio. Parecía un sitio cualquiera, pero sabía que Samuel lo había elegido a propósito. Siempre sabía dónde hacer sus movimientos, siempre un paso adelante.

Antes de entrar, Fran ajustó su chaqueta, asegurándose de que la navaja en su bota estaba bien oculta. Tenía prisa, pero no era estúpido. Sabía que debía mantenerse alerta.

Cruzó la puerta del edificio y subió las escaleras hacia el apartamento donde Samuel lo esperaba. Mientras ascendía, su corazón martilleaba con fuerza. Era el momento de la verdad. Y, si las cosas no salían como esperaba, no tendría reparos en usar todo lo que llevaba consigo para obtener lo que quería.

Fran golpeó la puerta, su respiración cada vez más acelerada. A los pocos segundos, la puerta se abrió lentamente. Al otro lado, Samuel lo observaba con una expresión neutral, como si todo estuviera bajo control.

—Pasa, Fran —dijo Samuel, sin apartar la vista de su viejo compañero.

Fran entró en el apartamento sin decir una palabra, pero el aire estaba cargado de tensión. Sabía que algo grande estaba a punto de suceder. Y no estaba dispuesto a perder.




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