Donde Se Esconden Las Mariposas

LA FAMILIA PERFECTA

siempre eres la víctima, ¿no?

Oriana salió de la ducha, envuelta en vapor y con el cabello aún goteando, mientras sentía cómo el agua caliente había relajado su cuerpo, pero no su mente. Las gotas resbalaban por su piel mientras se miraba en el espejo del baño, observando las ojeras que se habían vuelto parte de su rostro en los últimos meses. Había conseguido escapar de su exmarido, había logrado construir una nueva vida, pero algo seguía incomodándola. Algo no encajaba del todo.

Su relación con su madre, por ejemplo. Eso era un tema sin resolver, una herida abierta que no terminaba de sanar.

Se secó el cabello con una toalla rápidamente y, casi sin pensarlo, tomó el móvil del estante. Buscó el número de su madre y, antes de poder detenerse, pulsó el botón de llamada. Mientras el tono de llamada sonaba, Oriana respiró profundo, intentando prepararse mentalmente para lo que vendría. Las conversaciones con su madre nunca eran fáciles, y últimamente, menos que nunca.

—¿Oriana? —La voz al otro lado sonaba fría, pero sorprendida. No hablaban muy seguido, y cuando lo hacían, rara vez era una charla tranquila.

—Hola, mamá —dijo Oriana, tratando de sonar calmada, aunque su corazón latía con fuerza.

Hubo una pausa incómoda antes de que su madre respondiera.

—¿Estás bien? —preguntó, aunque sin el verdadero interés que Oriana necesitaba oír. Sonaba más como una pregunta por compromiso.

Oriana apretó los labios, controlando el impulso de soltar algo sarcástico. Sabía que su madre la juzgaba por haber dejado a Fran. Para ella, todo se trataba de mantener las apariencias, y el hecho de que Oriana hubiera huido como lo hizo no encajaba con su visión de la "familia perfecta".

—Sí, estoy bien. Solo quería hablar contigo, es todo —dijo, dejando que el silencio llenara el espacio entre ambas.

—¿Hablar? ¿De qué? —La voz de su madre era áspera, como si ya estuviera lista para pelear.

Oriana se apoyó contra la pared del baño, mirando hacia la ventana donde entraba un rayo de luz. Quiso sincerarse, contarle lo que realmente le pasaba, lo que aún temía de Fran, pero sabía que su madre no entendería.

—De nosotras —soltó finalmente—. De cómo hemos estado... distanciadas.

La respuesta de su madre fue rápida, como si estuviera esperando una oportunidad para defenderse.

—Yo no fui la que decidió alejarse, Oriana. Eso fue todo tuyo —replicó, con ese tono que siempre la hacía sentir pequeña.

Oriana cerró los ojos, tratando de mantener la calma. Había esperado esa respuesta, pero dolía igual. Siempre era lo mismo: su madre la culpaba por cada decisión que tomaba, como si todo lo que hacía estuviera mal.

—Mamá, no se trata de culpar a nadie —empezó Oriana, tratando de mantener la paz—. Solo... solo quería saber cómo estás. Intentar hablar sin que terminemos discutiendo.

—Bueno, yo estoy bien. No soy la que dejó a su marido de la nada, llevándose a mi nieta sin siquiera una explicación. ¿Cómo crees que me siento? —La voz de su madre estaba cargada de reproche.

El estómago de Oriana se revolvió. Sabía que esta llamada no iba a ser fácil, pero escuchar esas palabras todavía le dolía. Era como si su madre no pudiera ver lo que había hecho por proteger a Paulina, lo que había sufrido para escapar de la vida que estaba destruyéndola.

—Lo hice por Paulina. Lo hice por mí —respondió, sintiendo cómo su voz se quebraba un poco—. No podía seguir ahí, mamá. No sabes lo que Fran me hizo pasar.

—Claro, Oriana, porque siempre eres la víctima, ¿no? —espetó su madre, su tono frío como el hielo—. Nunca has sabido cómo llevar un matrimonio. Siempre buscando excusas para escapar de las responsabilidades.

Esa fue la gota que colmó el vaso. Oriana sintió cómo la rabia y el dolor la inundaban, pero no iba a seguir peleando por algo que nunca cambiaría. Sabía que su madre no la entendía, ni lo haría jamás.

—No puedo hablar contigo si siempre es lo mismo —dijo Oriana, su voz ahora firme, pero dolida—. No lo entiendes, y no vas a entenderlo.

—Lo que entiendo, Oriana, es que cometiste un error y ahora estás pagando por él —dijo su madre con una frialdad que le heló la piel—. Pero no voy a estar aquí para ayudarte cuando todo se venga abajo.

El silencio que siguió fue ensordecedor. Oriana tragó saliva, sintiendo el nudo en su garganta, pero no iba a seguir justificándose.

—Adiós, mamá —dijo en un susurro antes de colgar.

Dejó el móvil a un lado y se quedó mirando su reflejo en el espejo. Las lágrimas amenazaban con caer, pero se negó a dejarlas salir. Había aprendido a ser fuerte, pero eso no hacía que doliera menos. Sabía que nunca tendría el apoyo de su madre, y tenía que aceptarlo, por más que doliera.

Por Paulina, por ella misma, seguiría adelante. Y aunque su madre no estuviera de su lado, ella ya no iba a mirar atrás.

Y aunque su madre no estuviera de su lado, ella ya no iba a mirar atrás




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