El local donde Samuel esperaba a Fran era oscuro y estrecho, con mesas viejas y apenas iluminado por una bombilla que parpadeaba en una esquina. Todo el lugar parecía abandonado, desordenado, como si el caos mismo fuera parte de su decoración. El aire olía a humedad y tabaco rancio, lo que hacía el ambiente aún más pesado.
Cuando Fran entró, sus ojos se encontraron con los de Samuel, pero no hubo ni un saludo, ni un gesto. Solo una mirada fría y distante, como si fueran completos desconocidos. Ninguno de los dos se molestó en disimular la tensión.
Fran sudaba, y eso solo podía significar una cosa: estaba nervioso. Muy nervioso. El sudor le perlaba la frente mientras se pasaba la mano por el pelo, intentando aparentar calma. Pero Samuel lo conocía demasiado bien; cada pequeño tic, cada movimiento de Fran delataba que algo no iba bien.
—Te ves peor de lo que imaginaba —soltó Samuel, con un tono casi despreocupado, rompiendo el silencio.
Fran lo ignoró por completo. Se dejó caer en una silla, mirando alrededor como si estuviera esperando que alguien más apareciera.
—¿Tienes lo que te pedí? —preguntó Fran finalmente, con voz grave y cortante.
Samuel lo observó en silencio un segundo más, y luego asintió lentamente.
Editado: 05.10.2024