Al día siguiente, Oriana estaba sentada en su escritorio de la gestoría, con una taza de café en la mano, pero apenas probaba el líquido oscuro. No podía dejar de pensar en lo que Samuel le había hecho. Él siempre había sido un buen amigo, alguien en quien confiaba plenamente. Cuando decidió separarse de Fran, Samuel fue el único que la apoyó incondicionalmente. La defendía en cada conversación, siempre listo para recordarle que había hecho lo correcto, que Fran no la merecía.
Pero algo había cambiado. Samuel no era el mismo de antes.
Oriana lo sabía. A medida que repasaba los últimos meses en su mente, empezó a ver las señales que había pasado por alto.
Él siempre había sido un buen amigo, pero también alguien que había caído en problemas económicos. Las deudas, los trabajos inestables... tal vez, al final, su situación lo había llevado a actuar de esa manera. Y ahí estaba la clave.
Seguramente era por eso que se había aliado con Fran, su exmarido, el hombre del que ella había huido.
Apoyó la taza de café sobre el escritorio y se frotó las sienes.
¿Cómo había llegado a este punto? Samuel, que una vez fue su mayor aliado, ahora la había traicionado. Seguro que el dinero fue el detonante, pensó.
Fran era manipulador, lo sabía mejor que nadie. No le costaría mucho convencer a Samuel de que lo ayudara si estaba desesperado.
Mientras Oriana trataba de seguir con su trabajo, revisando documentos y organizando papeles, no podía sacarse esa sensación amarga del pecho.
Samuel había cruzado una línea que jamás creyó posible.
Sabía que tarde o temprano tendría que enfrentarse a él, pero lo que más dolía era que ya no podía confiar ni siquiera en aquellos que una vez habían estado de su lado.
—¿Por qué, Samuel? —susurró, sintiendo un nudo en la garganta mientras miraba su móvil, esperando una respuesta que probablemente nunca llegaría.
Oriana miró el reloj: las cinco de la tarde. Con un suspiro, apagó su ordenador, recogió sus cosas y se preparó para salir de la oficina. Estaba agotada, tanto física como emocionalmente, pero no podía dejar que eso la detuviera. Saludó al conserje del edificio con una leve sonrisa, más por cortesía que por ánimo, y salió al fresco aire de la tarde.
Mientras esperaba en la esquina para cruzar la calle, inmersa en sus pensamientos, una voz masculina resonó detrás de ella.
—¡Oriana!
Se congeló al instante. El sonido de su nombre la paralizó, como si el tiempo se hubiera detenido de golpe. Con el corazón latiendo más fuerte de lo que esperaba, giró lentamente la cabeza. Sabía que no era una coincidencia, y en lo más profundo de su ser, temía lo que iba a encontrar.
Ahí estaba. Frente a ella, Samuel, con una expresión que oscilaba entre la culpa y la desesperación.
Editado: 05.10.2024