Por la mañana temprano, Paulina despertó en su habitación con la luz del sol colándose tímidamente entre las cortinas. Se estiró perezosamente y, con los ojos aún medio cerrados, fue directo al baño para ducharse.
El agua tibia la despertó por completo, y mientras se secaba, pensó en su madre. Creyendo que Oriana seguía durmiendo, decidió llamarla desde el pasillo.
—¿Mamá? —preguntó, sin recibir respuesta.
El silencio fue lo que la hizo detenerse. Algo no encajaba. Bajó las escaleras y se dirigió a la cocina, pensando que quizá Oriana ya estaba preparando el café.
Pero cuando entró, la cocina estaba vacía, fría, y el reloj en la pared marcaba las 8:15. Era extraño, su madre siempre estaba despierta para esa hora, al menos para asegurarse de que ella se preparara para el colegio.
Subió de nuevo, pero esta vez fue directamente a la habitación de su madre. La puerta estaba entreabierta, y cuando la empujó, lo primero que notó fue que la cama estaba perfectamente intacta. No había señales de que Oriana hubiera dormido allí. La preocupación comenzó a crecer en su pecho.
Paulina miró alrededor, sintiendo un nudo en la garganta. Su madre no había vuelto a casa. Algo había pasado.
Editado: 05.10.2024