Donde Se Esconden Las Mariposas

¿Te puedo preguntar una cosa, mamá?

Por fin, el móvil de Paulina sonó. Lo tomó de la mesa rápidamente, con el corazón acelerado. Era su madre.

—¿Mamá? —respondió al instante, intentando mantener la calma.

—No te preocupes, cariño, ya estoy llegando a casa —dijo Oriana al otro lado de la línea, con una voz tranquila que, a pesar de todo, no consiguió calmar del todo la inquietud de Paulina.

—¿Dónde estabas? —preguntó Paulina, con una mezcla de alivio y ansiedad. Era raro que su madre no hubiera vuelto antes.

—Tuve que hacer unas cosas, nada grave. Lo siento por no avisarte antes, pero estoy bien. Estaré en casa en unos minutos —le aseguró Oriana, intentando sonar más relajada de lo que realmente estaba.

Paulina suspiró, soltando la tensión que había sentido desde que descubrió la cama vacía. Pero algo en la voz de su madre seguía sin convencerla del todo.

La puerta de casa se abrió de golpe, y Oriana apareció, con una sonrisa que iluminaba su rostro. Antes de que pudiera pronunciar una sola palabra, Paulina corrió hacia ella y la abrazó con fuerza, como si la estuviera aferrando a la vida misma. Fue un abrazo intenso, lleno de todas las preocupaciones y miedos que habían estado acumulándose entre ellas.

Oriana se dejó llevar, sintiendo cómo el abrazo de su hija disipaba, aunque fuera por un instante, el peso que llevaba sobre sus hombros. La preocupación de Paulina podría haber parecido exagerada a algunos, pero para ellas, el amor que se profesaban era tan fuerte que siempre había lugar para los temores y las dudas.

—¡Mamá! —exclamó Paulina, aferrándose a ella—. Te extrañé tanto. No sabía dónde estabas.

—Lo sé, cariño. Lo siento mucho —dijo Oriana, acariciando suavemente el cabello de Paulina—. Prometo que no volverá a suceder

—¿Te puedo preguntar una cosa, mamá? —dijo Paulina con voz inocente, sus ojos brillando con curiosidad.

—Dime, amor mío —respondió Oriana, sonriendo, sintiendo que la tensión se disolvía entre ellas.

—¿Tienes novio? —preguntó Paulina, con la franqueza que solo una niña podría tener.

Oriana se quedó paralizada por un momento, sorprendida por la pregunta. Nunca había imaginado que Paulina se preocupaba por esos temas a tan temprana edad. La idea de hablar de relaciones en medio de su turbulento pasado la hizo sentir un pequeño nudo en el estómago.

—Bueno, eh... —comenzó, buscando las palabras adecuadas—. No, cariño, no tengo novio. Estoy enfocada en ti y en nuestro hogar. Pero eso no significa que no pueda tener amigos, ¿verdad?

Paulina frunció el ceño, como si estuviera considerando sus palabras. Oriana sabía que su hija no se conformaría fácilmente con una respuesta evasiva.

—¿Y a Samuel no lo cuentas como un amigo? —preguntó con picardía, alzando una ceja.

Oriana sintió que se sonrojaba, recordando la cena de la noche anterior y cómo sus corazones se habían entrelazado de nuevo, aunque sabía que era complicado.

—Samuel es un buen amigo, pero eso es todo por ahora. Estoy disfrutando de nuestro tiempo juntas, y eso es lo más importante —respondió, deseando que Paulina entendiera la complejidad de la situación.

Paulina asintió lentamente, aunque sus ojos aún brillaban con curiosidad.

—Está bien, pero si alguna vez tienes un novio, quiero conocerlo, ¿eh? —dijo con una sonrisa traviesa.

Oriana no pudo evitar reírse, sintiéndose agradecida por la inocencia de su hija. Sabía que, pase lo que pase, su relación siempre sería lo primero.

Paulina la miró de reojo, sus cejas alzándose con un toque de curiosidad.

—Mamá, dime... —comenzó con un tono serio que contrastaba con su voz inocente—. Hueles a tabaco.

Oriana sintió que se le escapaba un suspiro. No había podido evitarlo. En su encuentro con Samuel la noche anterior, el ambiente en la discoteca y el humo del tabaco habían estado por todas partes.

—Oh, cariño, eso es... —trató de encontrar una excusa adecuada—. Es solo que, eh... pasé por un lugar donde había personas fumando. Ya sabes cómo es, ¿verdad? A veces el olor se queda pegado.

Paulina frunció el ceño, claramente no satisfecha con la respuesta.

—¿Seguro que no estuviste con alguien que fuma? —preguntó, su tono desafiando a Oriana a mentirle.

Oriana sonrió, admirando la perspicacia de su hija.




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