Ainoa guardó el destornillador en el bolsillo, su respiración aún agitada por la adrenalina del momento. Con dedos rápidos, sacó una pequeña bolsita transparente de su chaqueta. **Dentro, un polvo blanco que brillaba débilmente en la penumbra**. La contempló por un segundo, su corazón latiendo con fuerza. Esto cambiaría todo.
Sin dudarlo, dejó la bolsita en el fondo de la taquilla de Paulina y, con un movimiento rápido, cerró la puerta. El clic de la cerradura resonó en el pasillo vacío, como un pequeño eco de lo que acababan de hacer.
—Vámonos, rápido —susurró Ainoa, y sin mirar atrás, volvieron a deslizarse por los pasillos hacia el gimnasio, tal como habían llegado.
Pero al llegar a la ventana por donde habían entrado, se detuvieron en seco. **La ventana estaba cerrada**. Ainoa sintió un escalofrío recorrerle la espalda. La habían dejado abierta. Estaba segura de ello.
—¿Qué hacemos ahora? —preguntó una de sus compañeras, con los ojos llenos de pánico.
Ainoa no tenía una respuesta. Pero lo que sí sabía era que el tiempo se les estaba agotando.
Editado: 05.10.2024