Alfredo Baldini no era fanático de su trabajo, ni de trabajar en general, si había que ser sinceros. De origen italiano, llevaba años en el país, y había aceptado el turno nocturno en el instituto por una simple razón: no tenía que hablar con nadie. El silencio de la noche era su mejor compañero. O al menos, solía serlo.
Esa noche, sin embargo, algo lo incomodaba. Había escuchado ruidos extraños provenientes de la zona del gimnasio. Al principio pensó que solo era su imaginación, pero no podía sacudirse la sensación de que algo andaba mal. Con paso lento y distraído, caminó hacia el gimnasio, la luz de su móvil iluminando su rostro mientras revisaba mensajes sin importancia.
Cuando cruzó la puerta, todo parecía estar en orden... hasta que levantó la vista y vio la ventana. Estaba abierta. Frunció el ceño, sorprendido. Él mismo la había cerrado al iniciar su ronda.
—Qué raro... —murmuró para sí, acercándose. Cerró la ventana con un suave chirrido, pero no le dio mucha importancia. Baldini no era el tipo de persona que se tomaba los problemas en serio a menos que le afectaran directamente.
Mientras volvía a su móvil, un pensamiento fugaz cruzó su mente.
¿Y si no estaba solo en el instituto?
Editado: 05.10.2024