Donde Se Esconden Las Mariposas

Sin un solo ruido

La puerta se abrió sin un solo ruido

A las seis de la madrugada, Alfredo Baldini terminó su turno. La luz del amanecer empezaba a filtrarse por las ventanas del instituto, pero a él le daba igual.

Se había olvidado por completo de lo que ocurrió esa noche. La ventana abierta, los ruidos, todo. Mejor pasar del asunto, pensó mientras se colgaba la chaqueta y se dirigía hacia la salida. No era su problema. Nunca lo era.

Mientras Baldini se marchaba, Ainoa y sus amigas seguían atrapadas dentro del instituto, ocultas en las sombras. Sabían que la ventana no era una opción, así que esperaron pacientemente el cambio de turno de los vigilantes. Era su única oportunidad.

Cuando el nuevo vigilante apareció, todavía somnoliento y sin prestar mucha atención, Ainoa hizo una señal a las otras.

Con movimientos rápidos y silenciosos, se deslizaron hacia la recepción, agachándose bajo el mostrador. Los latidos de su corazón resonaban en sus oídos mientras avanzaban en fila, pegadas al suelo, como sombras.

Con el guardia distraído, las chicas lograron llegar hasta la puerta principal. Ainoa, la última en la fila, echó un último vistazo por encima del hombro antes de girar el pomo.

La puerta se abrió sin un solo ruido, y una brisa fresca de madrugada las envolvió cuando salieron al exterior.




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