Mercedes Hernández, la directora del instituto, no era una mujer a la que se le escaparan los problemas.
Era conocida por su carácter rudo y su mano dura. No toleraba el desorden en su escuela, y menos aún los conflictos. Para ella, mantener el control era una prioridad absoluta, y lo hacía con una frialdad que muchos estudiantes temían.
Siempre llevaba el cabello recogido en un moño tirante, y su mirada firme era suficiente para silenciar a cualquiera que osara desafiarla. Los rumores sobre ella circulaban por los pasillos, pero nadie tenía el valor de confirmarlos.
Algunos decían que incluso los profesores le temían.
Esa mañana, cuando recibió la llamada anónima, Mercedes ya estaba de mal humor. Los lunes solían ser caóticos, y lo último que necesitaba era otro problema. Sin embargo, algo en el tono de la secretaria la inquietó.
—¿Quién era? —preguntó, sin levantar la vista de sus papeles.
—No dijeron su nombre —respondió la secretaria, con la voz temblorosa—. Pero... mencionaron algo sobre lo que pasó anoche en el instituto.
Mercedes dejó la pluma sobre la mesa y frunció el ceño. Anoche. ¿Qué había pasado? Apretó el botón para tomar la llamada, su voz firme y controlada.
—¿Quién habla? —demandó, directa.
Editado: 05.10.2024