**Oriana** estaba en medio de un día caótico en la gestoría, rodeada de documentos y llamadas urgentes.
El teléfono sonó y, sin darle mayor importancia, contestó mientras revisaba unos papeles. **No esperaba que esa llamada lo cambiara todo**.
Cuando escuchó las palabras de la directora Hernández, **se quedó helada**. La bolsita con polvo blanco... en la taquilla de su hija. El aire se le hizo pesado, y por un segundo, no supo qué responder. Su mente estaba a mil revoluciones, pero su cuerpo se movía por inercia.
—Voy enseguida —dijo, con la voz tensa, cortando la llamada abruptamente.
Sin pensarlo dos veces, dejó todo lo que tenía entre manos. Apagó la computadora, recogió el bolso y el abrigo, y salió a toda prisa de la oficina, sus tacones resonando contra el suelo mientras avanzaba con paso firme. Apenas pudo murmurar una excusa a su compañera, quien la miró con curiosidad desde el otro lado del escritorio.
**El instituto** no quedaba lejos, pero cada segundo se le hacía eterno. **Su hija**, su Paulina, siempre había sido una chica responsable, estudiosa... Pero esa llamada lo ponía todo en duda. ¿Cómo era posible? Oriana no podía dejar de preguntarse qué demonios estaba pasando.
Mientras conducía hacia el colegio, el miedo y la rabia se entremezclaban en su pecho.
Tenía que llegar cuanto antes, tenía que entender qué estaba pasando, y sobre todo, tenía que proteger a su hija.
Cuando Oriana llegó al instituto, prácticamente corrió por los pasillos hasta llegar al despacho de la directora. Su corazón latía con fuerza, y su mente no dejaba de girar alrededor de una sola pregunta: ¿qué estaba ocurriendo con su hija?.
Al llegar, Mercedes Hernández, sentada detrás de su escritorio, levantó la vista con su habitual expresión severa.
—Cierra la puerta, por favor —dijo Mercedes con un tono frío y profesional.
Oriana obedeció, sintiendo cómo el aire del despacho se volvía más denso con cada segundo que pasaba. El clic de la puerta al cerrarse resonó como una sentencia en sus oídos. Sabía que lo que estaba a punto de escuchar cambiaría todo.
Mercedes se reclinó en su silla y, tras una pausa calculada, la miró fijamente.
—Gracias por venir tan rápido, Oriana. Lo que te voy a decir es delicado y... complicado —empezó la directora, eligiendo cuidadosamente sus palabras—. Esta mañana hemos encontrado una bolsita con polvo blanco en la taquilla de Paulina.
El rostro de Oriana palideció. A pesar de haberse preparado mentalmente durante el trayecto, escuchar esas palabras en voz alta fue como un puñetazo en el estómago.
—¿Estás... segura de que es de mi hija? —logró decir, su voz temblando ligeramente.
Mercedes asintió con gravedad.
—Lo hemos confirmado. Y no solo eso —añadió—. He recibido una llamada anónima que asegura que vieron a Paulina saliendo del instituto por una ventana la noche pasada.
Oriana miró a la directora con una expresión divertida, como si no pudiera creer lo que estaba escuchando. Era una reacción inusual ante una acusación tan seria, y eso solo sirvió para enfurecer aún más a Mercedes.
—¿Te parece gracioso, Oriana? —preguntó Mercedes, frunciendo el ceño, notando la falta de seriedad en la madre.
Oriana, sin inmutarse, se levantó de su silla con determinación.
Sacó un certificado médico de su bolso, el papel arrugado reflejando la angustia de la mañana.
—Esto —dijo, mostrando el documento a la directora— es un certificado médico que testifica que Paulina tuvo fiebre anoche. Estaba en casa, conmigo, y no podría estar en dos lugares a la vez.
Mercedes parpadeó, sorprendida.
La directora tomó el papel y lo examinó detenidamente, su mente trabajando a toda velocidad.
—¿Cómo sabemos que esto es real? —preguntó, su tono ahora más cauteloso.
—Porque no tengo por qué mentir sobre la salud de mi hija —respondió Oriana, cruzando los brazos con firmeza—. Alguien está intentando enredarla en un problema que no existe.
Mercedes frunció el ceño, sintiendo cómo la situación se tornaba más complicada. Si Paulina realmente no había estado en el instituto, ¿quién había visto lo que afirmaban?
. Tendremos que investigar más a fondo.
Oriana sintió un pequeño alivio, pero sabía que esto apenas era el comienzo. Tenía que descubrir quién estaba detrás de todo este enredo.
—No voy a investigar nada —replicó Oriana, su voz firme y decidida—. Eres tú quien tiene que averiguar quién ha puesto esa porquería en la taquilla de Paulina.
Mercedes se quedó sorprendida ante la audaz declaración de Oriana. La madre estaba claramente alterada, y eso solo podía jugar en su contra.
—Oriana, esto es un asunto serio. Como directora, debo tomar todas las acusaciones con la mayor gravedad posible —respondió Mercedes, intentando mantener la compostura.
—¡No! —interrumpió Oriana, avanzando un paso hacia el escritorio—. No me importa tu protocolo. Mi hija no está involucrada en nada ilegal, y no voy a permitir que la señalen como culpable sin pruebas.
La tensión en la sala era palpable. Mercedes, acostumbrada a tener el control, se sintió un poco acorralada por la determinación de Oriana.
—Tienes razón en que esto no puede quedar así —dijo Mercedes, intentando recuperar la autoridad en la conversación—. Pero necesitaré tu colaboración.
—¿Colaboración? —replicó Oriana, sacudiendo la cabeza con frustración—. ¿Qué clase de colaboración implica que me hagas dudar de la integridad de mi hija? Si quieres que se aclare esto, tendrás que hacerlo tú.
Mercedes tomó una respiración profunda. Sabía que la madre tenía razón en su indignación, pero también entendía que había un problema más grande en juego.
—De acuerdo, investigaré lo que ha sucedido. Pero necesitaré que estés dispuesta a hablar con Paulina y averiguar qué sabe de todo esto.
Editado: 05.10.2024