Donde Se Esconden Las Mariposas

Como un bálsamo

Fran encontró a Samuel por pura casualidad. Era un día nublado, y su mente estaba llena de furia y frustración. Estaba cabreado con todo el mundo, sintiendo que la ira burbujeaba dentro de él como un volcán a punto de estallar. Todo lo que quería era liberar esa rabia acumulada, y no le importaba el lugar ni las circunstancias.

De repente, se topó con un grupo de chicos en el parque, enfrascados en una pelea. Ni siquiera conocía a los involucrados, pero eso no le importaba. Sin pensarlo dos veces, se lanzó al centro del conflicto, buscando un escape para su propia angustia.

La adrenalina lo inundó al unirse a la pelea. Cada golpe que recibía era como un bálsamo para su dolor interno. Golpe tras golpe, sentía que la tensión comenzaba a disiparse, aunque también se preguntaba si esto era lo que realmente necesitaba. No había sentido la conexión, solo el caos que lo rodeaba.

En medio de la confusión, su mirada se cruzó con la de Samuel, que estaba a unos metros, observando la escena con una mezcla de preocupación y asombro.

—¡Fran! —gritó Samuel, acercándose rápidamente—. ¿Qué demonios estás haciendo?

La voz de Samuel era como un ancla en medio de la tormenta. Fran, aún embriagado por la rabia y los golpes, se detuvo y respiró hondo.

Samuel ni se enteró de cómo había llegado allí. Una fracción de segundo estaba observando a Fra al siguiente, todo se oscureció de golpe, como si alguien hubiera apagado la luz del mundo.

Cuando volvió a abrir los ojos, el frío del suelo le caló los huesos y la oscuridad lo envolvía como un manto pesado.

Su corazón comenzó a latir con fuerza en su pecho mientras sus ojos se acostumbraban a la penumbra. Estaba atado a una tubería, las manos y los pies restringidos, y el olor a humedad y moho lo rodeaba.

Desconcertado, comenzó a mover las muñecas, intentando liberarse, pero la cuerda se ajustaba más con cada intento. ¿Dónde estaba? La última imagen que recordaba era de Fran y la pelea; ¿cómo había terminado en este lugar?

Desde la oscuridad, un hombre emergió con un bate de béisbol en la mano, su rostro oculto tras una máscara de payaso maligno que sonreía de forma siniestra.

El sonido del bate golpeando contra su propia mano resonaba en el sótano como un ominoso presagio, y Samuel sintió que el miedo se apoderaba de él.

—¿Qué tienes que decir, chico? —preguntó el hombre, su voz distorsionada y burlona. Samuel intentó retroceder, pero las cuerdas lo mantenían prisionero, y el terror comenzó a paralizarlo.

Sin previo aviso, el hombre se acercó a Samuel y le dio una bofetada con una fuerza que lo dejó aturdido. La explosión de dolor en su mejilla fue como un rayo, y Samuel luchó por recuperar el aliento.

—¡¿Por qué me haces esto?! —gritó, su voz llena de rabia y miedo.

El hombre se inclinó, acercando su rostro a pocos centímetros del de Samuel. A través de la máscara, Samuel podía ver una mirada llena de desprecio y diversión.

—Porque me divierte —respondió el payaso, dejando caer el bate sobre el suelo con un sonido sordo que reverberó en el sótano—. Y tú estás aquí para darme un buen espectáculo.

Y tú estás aquí para darme un buen espectáculo

Samuel, con el corazón latiendo con fuerza, de repente **reconoció la voz** que salía de la máscara.

—¡Fran, eres tú! —exclamó, sintiendo una mezcla de alivio y confusión al mismo tiempo.

—¡Sí, soy yo, amigo! —respondió Fran, con un tono que denotaba frustración.

Samuel frunció el ceño. La realidad de la situación lo golpeó como un balde de agua fría.

—¿Por qué llamaste a la policía, Fran? —preguntó, su voz temblando entre la incredulidad y la traición—. ¿Por qué me traicionaste? ¡Teníamos un plan!

Fran respiró hondo, sus ojos reflejando la desesperación y la culpa.

—No fue así.

--Me enamoré de Oriana, y no podía seguir con el plan además la policía te pisaba los talones --

Fran se quitó la máscara de payaso, dejando al descubierto su rostro empapado de sudor y con una herida en la nariz que aún manaba sangre. La pelea lo había dejado golpeado, pero su furia parecía haberlo revitalizado. La confusión y la traición brillaban en sus ojos.

—¡Tenías que entregarme a Oriana y a Paulina! —gritó, su voz resonando en el sótano como un eco desesperado—. ¡Y tú la fastidiaste!

Samuel, aún atado a la tubería, lo miró con incredulidad.

—¡Así que llamaste a la policía y arruinaste todo! —Samuel apretó los dientes, la traición doliéndole más de lo que esperaba.

¿Qué quieres de mi Fran?

-- Olvida nuestro plan se acabó -- repuso Samuel

—¿De qué hablas, Fran? ¿Por qué querría entregar a tú ex y tu hija?

—¡Porque era parte del puto plan! —replicó Fran, dando un paso hacia adelante, apretando los dientes mientras la ira se apoderaba de él—. ¡Nosotros teníamos un acuerdo!

¿Y tú decidiste enamorarte de Oriana y arruinarlo todo?

La intensidad de su voz resonaba en el espacio cerrado. Samuel, por un instante, se sintió atrapado entre la lealtad a su amigo y la necesidad de defender lo que era correcto.

—No era así —respondió Samuel, intentando mantener la calma—. El plan estaba mal desde el principio. No podía hacerle daño a Oriana o a Paulina solo por un juego.

Fran, con la rabia palpitando en sus venas, se acercó un poco más, el bate de béisbol aún en su mano, temblando de furia.




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