Donde Se Esconden Las Mariposas

Verónica

El lunes por la mañana, durante el recreo, Paulina se movía entre el bullicio de sus compañeros, buscando con la mirada a Verónica. Cada vez que veía a alguien con un cabello rubio, su corazón daba un pequeño salto, pero rápidamente se daba cuenta de que no era ella. La ansiedad comenzaba a instalarse en su pecho.

Cuando finalmente se dio la vuelta hacia el comedor, sus ojos se iluminaron. Allí estaba Verónica, luciendo su nuevo peinado juvenil: una trenza alta adornada con coloridos clips que brillaban a la luz del sol. Su sonrisa era contagiosa, y Paulina no pudo evitar sentirse un poco más ligera al verla.

—¡Verónica! —gritó, acercándose rápidamente, sintiendo que la emoción brotaba en su pecho—. ¡Me encanta tu peinado!

Verónica giró, sorprendida, y su rostro se iluminó al ver a Paulina.

Paulina: Oye, Verónica, ¿puedo hablar contigo un segundo?

Verónica: Claro, ¿qué pasa? Te veo un poco nerviosa.

Paulina: Bueno, quería agradecerte por lo de Ainoa. No sé si te das cuenta de lo valiente que fuiste al denunciarla.

Verónica: Ay, no es para tanto. Solo hice lo que tenía que hacer. No podía quedarme callada.

Paulina: Sí, pero a mí me costó un montón dar ese paso. Admiro tu valentía.

Verónica: Gracias, pero en serio, no quería que siguiera haciendo daño a nadie más. Eso no está bien.

Paulina: Tienes razón. Me tenía tan estresada con todo ese acoso. Era un alivio saber que alguien más lo notaba.

Verónica: Y ahora, al menos, podemos estar más tranquilas. Ainoa no va a seguir molestando a nadie.

Ainoa no va a seguir molestando a nadie

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