Dos Angeles Y Cuatro Amores

EN LA INOCENCIA

 

En la inocencia.

 

Sin saber que era, ni los años que tenia, siendo la primera vez que me vi, mi mente detallaba las imágenes que mis ojos contemplaban, dándome entendimiento y claridad. Con asombro y casi sin saber, pude escudriñarme, viéndome  que era un niño y que estaba con los brazos extendidos, abiertos en una cruz, descalzo, con los pies no llenos de mugre sino untados de tierra. Vestía un pantaloncito de caqui corto, sin tener claro el color de la camisa.

Pero antes del pensamiento y el recuerdo de  éste reflejo mental, iba corriendo en un peladero que hacia de patio y frente del paisaje. Y sucedió  que antes que se agotarán estos largos segundos, en un impulso de reacción, me detuve en plena carrera, viendo en contrastes  y armonía, árboles, montañas de árboles, tan inmensos y tupidos que no pude ver el cielo. Del patio se veían  cimientos  de piedra acomodaita, y así como había de  vegetación, había de piedras, grandes que parecían bultos.  

Levantando la cara y la mirada, estaba parado al frente de un inmenso árbol, con un cosechón que con el peso doblaba las ramas. Si, era una mata de mango. Yacía en el suelo, tirada, gran parte del fruto y su cosecha originando nubes de mosquitos.

En ese momento oigo una voz, clara, dulce, -Orlando ¿dónde está? Volteo mi rostro en un gesto como de incapacidad, me percato en mis sentidos que Orlando era yo y que antes de éste momento no había vibrado en mi mente algún sonido.

Y  poniendo mí mente en atención hacia la casa, que todavía no había alcanzado a columbrar,  estaba desapercibida pues no la había visto. Al voltear la mirada  pude definir un ranchajo de bahareque y palma, destartalado, que daba la impresión que afear  el momento. Tenía corredor de láminas de  zinc oxidado y corroídas por el tiempo.  El piso, como el patio de tierra bien barrido,  con piedras acomodadas alrededor.

Y con mi mayor curiosidad como una criatura que en ese momento pensaba, oía, veía y conocía las cosas que tenía delante y sucedían, sintiendo con susto que en mi pecho algo se movía;   partí en carrera hacia la casa.  Quería verla, conocerla, como era ella, mi mamá. Pero no llegue ni a pisar el corredor, perdiendo razonamiento y lucidez, quedando mi mente en la nada, como una criatura de nuevo.

No sé que tiempo transcurrió. Otra buena tarde, mi mente nuevamente se topó con  raciocinio y pensamiento. En ese momento gritaba y decía en mi grito:

 -¡holaaaaaaaaa!

Al momento, del medio de la espesura de la montaña, como

En la inocencia.

 

Sin saber que era, ni los años que tenia, siendo la primera vez que me vi, mi mente detallaba las imágenes que mis ojos contemplaban, dándome entendimiento y claridad. Con asombro y casi sin saber, pude escudriñarme, viéndome  que era un niño y que estaba con los brazos extendidos, abiertos en una cruz, descalzo, con los pies no llenos de mugre sino untados de tierra. Vestía un pantaloncito de caqui corto, sin tener claro el color de la camisa.

Pero antes del pensamiento y el recuerdo de  éste reflejo mental, iba corriendo en un peladero que hacia de patio y frente del paisaje. Y sucedió  que antes que se agotarán estos largos segundos, en un impulso de reacción, me detuve en plena carrera, viendo en contrastes  y armonía, árboles, montañas de árboles, tan inmensos y tupidos que no pude ver el cielo. Del patio se veían  cimientos  de piedra acomodaita, y así como había de  vegetación, había de piedras, grandes que parecían bultos.  

Levantando la cara y la mirada, estaba parado al frente de un inmenso árbol, con un cosechón que con el peso doblaba las ramas. Si, era una mata de mango. Yacía en el suelo, tirada, gran parte del fruto y su cosecha originando nubes de mosquitos.

En ese momento oigo una voz, clara, dulce, -Orlando ¿dónde está? Volteo mi rostro en un gesto como de incapacidad, me percato en mis sentidos que Orlando era yo y que antes de éste momento no había vibrado en mi mente algún sonido.

Y  poniendo mí mente en atención hacia la casa, que todavía no había alcanzado a columbrar,  estaba desapercibida pues no la había visto. Al voltear la mirada  pude definir un ranchajo de bahareque y palma, destartalado, que daba la impresión que afear  el momento. Tenía corredor de láminas de  zinc oxidado y corroídas por el tiempo.  El piso, como el patio de tierra bien barrido,  con piedras acomodadas alrededor.

Y con mi mayor curiosidad como una criatura que en ese momento pensaba, oía, veía y conocía las cosas que tenía delante y sucedían, sintiendo con susto que en mi pecho algo se movía;   partí en carrera hacia la casa.  Quería verla, conocerla, como era ella, mi mamá. Pero no llegue ni a pisar el corredor, perdiendo razonamiento y lucidez, quedando mi mente en la nada, como una criatura de nuevo.

No sé que tiempo transcurrió. Otra buena tarde, mi mente nuevamente se topó con  raciocinio y pensamiento. En ese momento gritaba y decía en mi grito:




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