"Las cosas buenas les pasan a quienes esperan; las mejores, a quienes van por ellas."
—Amber Donson
Hoy es un día especial: todo por lo que he luchado finalmente cobra sentido.
Como cada mañana, me dejo abrazar por el vapor de la ducha. Me miro al espejo y sonrío: hoy no tengo dudas de que lo logré. Mi reflejo me devuelve la mirada con confianza... y un pequeño atisbo de incredulidad.
Apenas salgo del baño, suena el teléfono.
—¿Qué quieres? —pregunto, con el ceño fruncido.
—¡Saludarte! Y recordarte que llevas veinte minutos de atraso. ¡Deberías estar en el salón de belleza! —responde Brianna, mi asistente, mi alarma humana... y mi cable a tierra.
Bri tiene veinte años, sueña con convertirse en diseñadora y, mientras tanto, se dedica a organizar mi vida con una precisión militar y una energía que me supera. A veces parece más mi segunda madre que mi asistente. Fastidiosa, sí. Pero sin ella, estaría perdida.
Busco algo cómodo, me visto y salgo hacia el salón. Allí, mi estilista me pregunta cómo quiero el cabello. Opto por un moño desordenado, con algunos mechones sueltos. Mientras me arreglan las uñas, disfruto del masaje en la espalda... o al menos lo intento. Hay un nudo en el pecho que ni el mejor spa del mundo puede desatar. Quizá porque la perfección también pesa.
Mi madre, Amelia, llama para confirmar la hora del evento. Todo marcha según lo planeado.
De regreso a casa, me doy otro baño. Edward y Avril pasarán por mí, y debo estar perfecta. Me pongo mi vestido negro de encaje, tacones, maquillaje impecable. Un mensaje me avisa que ya están abajo.
Al salir, me encuentro con ellos: la parejita feliz. Subo al asiento trasero del coche. Edward conduce hacia el lugar del evento. Y cuando bajamos, me detengo en seco.
Frente a mí, bajo las luces, un cartel brilla con letras blancas y plateadas:
"Atelier Donson"
La niña que soñaba entre retazos y bocetos estaría orgullosa de mí. O tal vez me pediría que no me olvidara de sentir.
Entramos. Todo está en silencio. Impecable. Las modelos, los diseños, la decoración... Mi sueño tiene forma, color y fecha: hoy.
Recorro bastidores. Falta una hora para el evento. Brianna y Brittany —su hermanita— están allí, organizándolo todo con eficiencia militar. Me impresiona cómo esa familia puede funcionar mejor que cualquier reloj suizo.
Subo a mi oficina. Reviso pedidos, catálogos de telas, fichas de modelos. Llamo al equipo de logística, entrego los documentos. Todo está listo. Respiro hondo. Este momento es mío.
Bajo al salón. Mamá me abraza con fuerza. Está radiante. Papá me sonríe como no lo hacía desde que era una niña. Y Anna, mi hermana menor, casi me parte en dos con su abrazo.
Cuando se abren las puertas, esperaba unas cien novias... pero hay muchas más. Familias, prensa, influencers. Los chicos de social media hicieron un trabajo increíble.
En el centro, una pasarela. Camino entre la gente, converso, me saco fotos. Después de casi una hora, las luces se apagan. Avril, mi socia, da la bienvenida. Comienza la gala.
Primero, los vestidos para ceremonias civiles. Tras bastidores, me cambio: dejo el vestido negro por uno rosa con escote drapeado. Suelto mi cabello en ondas suaves. Subo al escenario.
—Para mí es un honor tenerlos aquí. Esta es una experiencia maravillosa, tanto para mí como para mi familia y amigos. Espero que disfruten del evento. Si tienen dudas, pueden acercarse a mí o a las chicas de logística para recibir asesoramiento. Dicho esto... ¡bienvenidos!
Y gracias por creer que un vestido puede contar una historia.
El resto de la noche transcurre entre música, aplausos y emoción. Todo salió perfecto. Agotador, pero maravilloso.
Ya en mi oficina, reviso la agenda. Está más llena que mi barriga después de cenar. Sonríe. Es medianoche.
Me despido del equipo y pido un taxi. En casa, me desmaquillo, busco una cerveza en la nevera y camino por el pasillo con el celular en la mano. Suena.
—Bri, sé que me extrañas, pero tampoco es para tanto —bromeo.
—¡Amber, la rompimos! ¡Somos tendencia! ¡Salimos en el periódico! ¡Eres un éxito, Donson!
—Gracias a ustedes. Somos un gran equipo. ¿Solo por eso me llamas?
—Bueno... mi hermanita no entiende matemáticas. ¿Podrías explicarle?
—Déjame pensarlo...
—¡Anda! Tú sabes que sí.
—Ok, vengan mañana en la noche.
Cuelgo.
Sí, sé de matemáticas. Me volví experta antes de irme a París.
Tuve que aprender a calcular todo... menos lo que duele.
Me acuesto. Y por fin, descanso.
Sin embargo, sé que el descanso es un lujo pasajero. Porque el pasado... siempre encuentra la manera de tocar la puerta