Dos caminos

Capitulo 3

Amber

El hombre de pie a mi lado es fuerte y decidido, serio y espontáneo a la vez. Es guapo, maduro... y es mi padre.

Estamos en una reunión de su empresa. Todos los presentes son adultos, en su mayoría hombres. La única mujer y la más joven soy yo, por lo que mi opinión no parece tener peso. Solo sonrío y asiento cuando es necesario; el resto del tiempo, soy una mera observadora. La sala de juntas es amplia y moderna.

Mi padre preside la mesa. Estoy sentada a su izquierda, seguida por los jefes de cada departamento. La silla frente a mí ha estado vacía desde hace dos años, desde la muerte del tío Clark, su amigo y mano derecha. Por eso, nunca ha buscado un reemplazo.

Con voz firme, da por terminada la junta y me da la bienvenida al equipo empresarial. Los hombres aplauden brevemente y se retiran. Salimos juntos de la sala y caminamos hacia mi nueva oficina. En silencio esperamos el ascensor. Al llegar al sexto piso, las puertas se abren y nos recibe Sandra, la secretaria de presidencia. El pasillo frente a nosotros tiene tres puertas: la del centro es la oficina de mi padre; a la izquierda, la mía; y la de enfrente permanece cerrada, sin dueño aún. Él la reserva para quien, según dice, merezca ocupar el lugar de Clark.

Entro en mi oficina. Todo está tal como lo pedí: una biblioteca elegante, muebles sobrios, un escritorio de vidrio y una mesa amplia para diseñar en mis ratos libres. También hay un baño privado y una silla tan cómoda que parece una nube.

Mi padre me deja sola y aprovecho para llamar al atelier. Hablo con Bri sobre algunos pedidos pendientes y luego atiendo, vía Skype, a varias novias. Al terminar, imprimo una hoja para organizar mi horario.

Pasadas las cinco de la tarde, salgo a despedirme. Él está ocupado, así que solo levanto la mano desde la puerta. Me despido de Sandra y abandono el edificio en busca de un taxi.

Ya en casa, me quito el incómodo vestido negro y saco una pijama para preparar la cena. Camino hacia la cocina y, sobre la encimera, veo mi agenda y una bolsa. Me acerco. Es un envase de plástico. Lo destapo y un aroma inconfundible me invade: pasticho.

Después de cenar y tomar una copa de vino, abro la agenda. Brianna ha organizado todo el mes: qué ropa usar, qué actividades tengo. Me sorprende su nivel de detalle. Tomo el celular y le envío un mensaje de agradecimiento.

El cansancio me pesa en los huesos. Sin muchas vueltas, voy a mi habitación, quito la ropa de la cama, la coloco sobre un mueble y me acuesto. Mis ojos pesan. Me duermo enseguida.

La semana transcurre entre llamadas, trotes mañaneros y más llamadas. Lo que no sabía del horario de Bri era que incluye una hora diaria de ejercicio antes de salir. El primer día casi me infarto al sonar el despertador. Empecé con cardio. Hoy es viernes y me salté la rutina.

Me doy una ducha rápida, me pongo unos jeans y una blusa estampada, y saco mis zapatos. En una bolsa guardo un vestido marrón y unos tacones a juego.

Bajo. La camioneta que me asignaron me espera afuera. De camino al atelier, reviso mis redes sociales. Avril ha publicado fotos del día que fuimos a la playa.

Al llegar, saludo en el lobby y marco mi piso. Mientras espero, me observo en el espejo del ascensor. Me suelto el cabello. Al abrirse las puertas, la primera en recibirnos es Brianna, atendiendo una llamada. Dejo mis cosas en su escritorio y le hago señas para que, al colgar, venga a mi oficina.

Paso por la oficina de Avril para saludarla, pero está con una novia y su madre. Me presento amablemente y me retiro.

Al volver a mi oficina, Brianna ya está allí. Ha colgado el vestido en el perchero junto con los zapatos. Me comenta los resultados del día y me hace una propuesta que me causa dolor de cabeza.

—No sé... no estoy segura —le digo, leyendo los documentos que preparó.

—Piénsalo. Sé que será un éxito. Otra cosa: hay una novia que quiere hablar contigo. Estuvo en la feria, pero no sé qué quiere exactamente.

—Llama y conéctame la llamada, por favor.

—Ah, también llegaron tus revistas. Las marqué con los temas que te interesan. —Coloca dos más sobre la mesa—. Estas son de negocios, para que estés al día con bancos y empresas. Te dejo para que trabajes.

Voy a mi oasis: la mesa de diseño. Recogo el cabello para que no me estorbe y empiezo a dibujar un vestido con el que soñé hace algunas noches. Estoy tan absorta que no escucho cuando se abre la puerta. Al levantar la vista, veo a Avril. Observa el vestido con ojos vidriosos.

—¿Ese es el mío? —pregunta.

—Sí, obvio. Quería que fuera una sorpresa, no quería que lo descubrieras así —respondo, con un nudo en la garganta.

Me levanta de un tirón y me abraza.

Desde que regresé de París y la vi con su novio, supe que se comprometerían. Verla feliz y bien acompañada lo confirmaba. Aún no ha podido planear la boda por el trabajo, así que decidí hacerle su vestido como regalo.

—Gracias, Am. Eres la mejor —dice, secándose las lágrimas.

Se suelta y empieza a revisar las revistas. Toma una de finanzas, busca una página y murmura palabras que no entiendo. Finalmente, me la muestra:

"Asthon Green comprometido."

Me falta el aire. Doy un paso atrás hasta topar con el taburete y me dejo caer. Leo el artículo. En las fotos aparecen todos los Green: Asthon, sus padres... Isaac. Todos posan como una familia feliz.

Corro a la computadora y busco el artículo en otras fuentes para ver mejor las imágenes. El anuncio fue publicado el fin de semana pasado. Hablan del agasajado y su entorno familiar. Busco el nombre de la novia... su rostro me resulta familiar. Justo cuando estoy por revisar las siguientes fotos, suena el teléfono.

—¿Dime, Brianna?

—Ya hablé con la novia. Está en línea.

—Pásame la llamada —respondo, obligándome a sonar profesional. Dejo la página abierta y me concentro en atenderla.




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