Dos: Fuego

Conclusiones de Meguel Kalz

Mi muerte se acerca. He vivido ciento setenta y seis años. Hace más de cien que salí del Magisterio. Lo que aquí está escrito cambiará la manera de ver el mundo del que lo lea. Desconozco qué fue de mis otros tres compañeros que partieron de Tair. No deseo saberlo y quiero evitar que el mundo sepa de mi existencia. A pesar de todo, no deseo que mi historia se pierda en el recuerdo. 

Esto no sería posible si hace dos años Gwin no me hubiera encontrado en la playa. Me trajo a su torre junto con mi bolsa y no hizo preguntas. Desde aquí se ve como la aldea se está expandiendo hacía la costa, resguardada por la colina y la torre. Este lugar está destinado a ser maravilloso tal y como la persona que los dirige. Creo que le puedo llamar amigo. 

Empezaré por el principió. Partí desde la gran fortaleza de Varaz en barco hacia el oeste. El barco era de buen tamaño y según el capitán muy veloz. Descubrí que era verdad cuando un grupo de piratas de las Isla del Sol se quedaron con el único premio de la vista de la popa del barco. Los fondos que traían del Magisterio era más que suficiente como para que la tripulación se arriesgara a ir al oeste. Nunca he confiado en marineros así que el banco de la fortaleza sería el encargado de pagar con el depósito que allí dejé. Ahora sé que nunca se les pagó. Hubo un tiempo que temí por mi vida y el capitán fue el único que mantuvo mi seguridad. Siempre teníamos sed. Mi magia curaba mis mareos y las lesiones de los marineros, pero toda el agua que conjuraba era salada. Todos los magos eran incapaces de explicar el porqué algunos hechizos cambiaban dependiendo del lugar y la época. Nosotros nos propusimos a descubrir estos y más secretos. Yo estaba en la cubierta cuando vimos el barco. Era un barco extraño, más pequeño que el nuestro. No recuerdo mucho de este pues lo que más me interesaba eran sus viajeros. Eran más altos y hermosos que nosotros. Parecían damas desde lo lejos aunque más de cerca vimos que eran hombres, con pequeñas babas o afeitadas. Se distinguían de nosotros por su poco bello en el cuerpo y las orejas terminadas en punta. 

[...]

Les seguimos hasta un pequeño puerto en una isla. Parecía servir como base para los barcos que se alejaban demasiado. Nos dieron de comer y beber. Pasaron varios días hasta que el capitán preguntó si volvía con ellos o me quedaba con los nuevos seres. Tuve dudas y miedo. Pero mis ansias de conocimiento fueron mayores. Al día siguiente estuve solo con ellos. Algunos me ponían lo que parecían malas caras pero el que parecía más joven siempre se me acercaba y me hablaba. No entendía nada y hablamos por gestos que a veces entendían mal. Siempre pasaba el día mirando el puerto y las plantas y animalillos de la isla. Un día vino con un libro en blanco. Me enseñó una piedra. “Asgk” dijo mientras señalaba. “Piedra” fue mi respuesta. Escribió con un carboncillo la palabra. Me lo dio e hice lo mismo. No recuerdo cuantos días repetimos esto. Pero cuando empezó a hacer frío cerraron todos los edificios y embarcamos. Una semana duró el viaje. Fue fácil después del mes de la última vez. Pese al corto viaje, el último se habían quedado ya sin comida ni agua. La comida era muy rara, pero ya estaba acostumbrado a esta. En todo ese tiempo aprendí a hablar lo que ahora sé que es conversación de niño pequeño. Era suficiente para poder vivir entre ellos. [...] (describir lugar y sociedad)

 

Viví allí cuarenta años.[...] Encontré a una mujer. Todas eran más hermosas que de normal, pero yo encontré a la mejor, no por su belleza, pero los día pasaban lentos con ella y me olvidaba de todo en su compañía. Tuvimos un hijo tan hermoso como su madre y tan cabezota como el padre. [...] Allí nadie podía hacer magia como nosotros. Necesitaban usar la piedra azul como la que uso en este libro. Mi hijo si podía hacerlo como yo. Mi vida era feliz y trabajaba usando mis conocimientos de magia. [...] Cuando mi hijo cumplió diez años, yo estaba en casa preparando la celebración. No era costumbre de esas gentes estas celebraciones pero yo quise dársela a mi hijo. Él y su madre habían ido a comprar un regalo y algo para comer. No hay nada de lo que me arrepienta más. Unos meses antes un nuevo emperador se había alzado cuando asesinó al otro. Era un fervoroso y toda la magia la consideraba profana. Yo estaba en el punto de mira de sus hombres pero la ciudad y su gente estaba conmigo. Siempre les había ayudado y eran buenas personas. Nunca debí dejarlos ir. Vinieron varios a avisarme. Muchos lloraban y cuando llegué me derrumbé. El odio que me mantuvo con vida tantos años ahora mandaba en mi ser. 

Pasé los siguientes años llegando a la capital y matando a asesinos del Emperador. Quemé la capital con toda la gente inocente y los que no lo eran. Antes, robé los cuatro libros de mundos. Nunca me había ido realmente, pero al ver los cuerpos y cuerpecitos calcinados recobré la cordura. Lloré. Era un peligro para la gente. Me alejé de todos. Viví durante muchos años en la isla donde empezó mi viaje. La compañía que operaba allí hacía años que había cerrado así que nunca vino nadie. Conjuraba agua dulce cuando lo necesitaba y comía los peces que transportaba. Todos los días los dedicaba a acabar con el Reverso de mi interior. Meditaba y fortalecía mi mente, pero mi temor por perder la cabeza de nuevo no se iba. En este instante escribiendo sigo temiendolo. Hace más de dos años unos piratas atacaron en el puerto abandonado. Su barco estaba muy dañado y solo salieron de él unos pocos. Los ayudé a cambio de que me trajeran aquí. Cuando llegamos a un punto y mientras dormía, me metieron en una barca y me dejaron a la deriva. Estaba débil y una tormenta me llevó hasta estas costas. De nuevo, fuí salvado por gente de bien, a alguien que provocó una masacre. Gwin sabrá esto mañana. En ese momento intentaré llegar al Magisterio, pero estoy demasiado débil como para confiar en llegar o saber cómo han cambiado las cosas. 



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En el texto hay: magia, epica, criaturas magicas fantasia y poderes

Editado: 21.02.2022

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