Dos: Fuego

Tair

— No podemos ignorarlo. Ha detenido una ola gigante y controla el viento a voluntad. Si usa encantamientos, su pronunciación es muy leve y rápida. Nuestro enviado no le vio mover la boca. Si queremos saber qué fue de Meguel Kalz, debemos conseguir que hable. Solo él volvió y solo él podía hacer eso. Aunque Meguel se negara a hablar en el pasado, este chico es un novato, no se nos resistirá si las cosas se ponen mal. Será fácil de impresionar — dijo el más viejo  — ¿Y la aparición de los elfos? Acabamos de confirmar que son reales y no habladurías —. — Mi estimado Aldo, eres el más joven de los tres. Llevo treinta años dirigiendo el Magisterio y el consejo de Quéveras que lleva diez más que yo no se debe desoír. Si dice que debemos hacer algo lo haremos. De momento no suponen una amenaza. Mi red de informantes dicen que llevan palos y bastones con una piedra azul y que también hacen magia sin decir palabras pero no son muchos y no parecen demasiado poderosos — se acarició la barba corta castaña y señaló a los otros dos allí presentes: iréis los dos allí. Sois detrás de mí los más poderosos de Tair, no necesitais a mucha gente. Llevareis comida y ropa de abrigo. Con vosotros, un par de carros y tres personas más es suficiente. Quéveras asintió pero Aldo no estaba de acuerdo: — no pienso cuidar de ningún caballo ni de nadie más que a mí—. — Tú irás allí y protegerás a ese chico mientras le sacas información. Lo del caballo es algo secundario. Puedes ir en el carro de la comida —. 

 

Los dos bajaron por las escaleras hasta el patio. Allí dieron las órdenes. Eligieron como acompañantes un mozo de cuadras, un copero y el soldado más corpulento que encontraron. Cogieron del almacén comida para el viaje y el espacio restante lo llenaron de trigo. En el segundo carro metieron abrigos y sacos de dormir y se sentó Aldo. — A la maldita Varaz. ¿A quién demonios se le ocurre ir? —. Pasaron por la gran puerta de piedra excavada en la pared de granito que separaba la garganta y el patio de la fortaleza. Poco a poco fueron pasando. — Como se atasque alguna de las carretas en las paredes doy media vuelta—. Pese al deseo de Aldo, no se atascaron y salieron de la garganta empinada a un valle. Siguieron río abajo y al llegar al pueblo al final del valle, tornaron al norte. Los caminos de tierra se volvían más angostos e inclinados. — ¿Qué falta para el puente? —  se quejó Aldo. — Poco, deja ya de quejarte. Llevamos días desde que salimos escuchando tus tonterías. Una más y te juro que cuando lleguemos al puente del canto te tiro— le replicó Quéveras, — además, el resto del camino está pavimentado, es ancho y es mucho más llano. Tú te has pasado todo el tiempo con el culo en el carro con los reconfortantes abrigos y nosotros hemos hecho de todo. ¡Qué ya tienes una edad, puñetas! Soy yo quien debería estar ahí. Sesenta años y la mayoría siendo de lo mejor de Tair para que un niñato con un poco de talento tenga aires de señor —. — Repite eso, repite eso y nuestro duelo se oirá en el magisterio. Ya viste lo que les pasó a esos bandidos —. — Magisters miren —. —  Archimagos —  corrigió Quéveras. Eso calmó la discusión y todos pasaron por el puente que tenía la puerta sujeta por las dos pequeñas torres de piedra que para su sorpresa estaba cerrada.

 



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En el texto hay: magia, epica, criaturas magicas fantasia y poderes

Editado: 21.02.2022

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