En un pequeño café, en un rincón donde las sombras parecían tejer melancolía eterna, se encontraba una joven cuyo aspecto se veía muy desarreglado, sus ojos tenían unas ojeras tan profundas y el cabello lo tenía todo enmarañado.
El aroma del café recién hecho llenaba el aire, pero no lograba despertar en ella ni el más mínimo destello de alegría. Sus manos temblorosas sostenían una fotografía desgastada, la única conexión tangible que le quedaba con aquellos tiempos felices que ahora solo habitaban en su memoria. Mientras que en la radio se escuchaba una hermosa melodía, el cual en algún momento habían compuesto con el ser que ahora ya no se encontraba en este mundo.
Las lágrimas comenzaron a brotar de sus hermosos ojos azules, dejando un rastro salado en sus pálidas mejillas. En ese momento, se dio cuenta de que el camino hacia la sanación sería largo y doloroso. Pero también comprendió que, a pesar de la tristeza que la embargaba, debía encontrar la fuerza para seguir adelante y honrar el recuerdo del amor perdido.